Desde que asumió el liderazgo, en 2012, el presidente de China, Xi Jinping, se ha enfocado en consolidar y solidificar el poder a nivel nacional y proyectar la influencia china firmemente en el exterior. El resultado de la crisis actual en Hong Kong inevitablemente moldeará este proceso en los próximos años y claramente representa uno de los mayores retos en materia de política nacional y exterior para el presidente Xi.
Aunque activada por una propuesta de ley para extraditar a sospechosos de Hong Kong a China continental, la crisis actual es en gran medida una reacción a años de intrusión del Partido Comunista Chino (PCC) en la autonomía de Hong Kong.
El paso de Hong Kong, en 1997, del control británico al chino, se apoyó en el principio de “un país, dos sistemas”.
Sin embargo, la noción de que Hong Kong seguiría siendo sólo un centro de negocios económicos, apolítico, no era realista en el largo plazo.
La política, eventual y de cierto modo inevitablemente, queda en primera fila, y eso es lo que ha sucedido.
En su intento por impulsar la ley de extradición, el CCP fue demasiado lejos. Sin embargo, ciertos elementos en el movimiento de protesta actual también pueden ir demasiado lejos, incrementando el riesgo de que se vuelva realidad el peor escenario: que las fuerzas de seguridad de China continental recurran a una represión masiva y extensa en Hong Kong.
La posibilidad de que el PCC emprenda una acción firme se incrementa entre más se estime que las autoridades de Hong Kong son incapaces de aplacar las protestas y que el orden y la estabilidad en Hong Kong, y más allá, se ven fundamentalmente socavados, con el riesgo de extenderse y desatar una reacción en cadena a China continental.
El PCC ha amenazado claramente con desplegar al Ejército Popular de Liberación en Hong Kong. Su voluntad para hacer realidad la amenaza, si lo considera necesario, no debe subestimarse.
El mayor temor del PCC es la fragmentación nacional. Está dispuesto a contrarrestar esa amenaza existencial de cualquier forma posible con tal de mantener el orden, incluso en Hong Kong como último recurso.
El PCC aprovechará a su conveniencia las palabras y acciones de una minoría en el movimiento de protesta de Hong Kong —algunos incluso piden el fin del control de China continental y la independencia de Hong Kong— para retratar todo como un movimiento “separatista” que socava la unidad nacional, en línea con los “divisionistas” en Taiwán, Tibet y el territorio de Xinjiang.
Cualquiera en Hong Kong que altere activamente el orden civil se arriesga a ser etiquetado como “terrorista”. Básicamente, cualquier forma de disenso que el PCC considere como una amenaza a la autoridad central es considerado enemigo del Estado.
Para el PCC, la amenaza grave de fragmentación supera los riesgos de una fuga de negocios de Hong Kong en caso de represión. China pagaría un enorme precio económico si el estatus de Hong Kong como un centro financiero internacional líder se ve amenazado. Sin embargo, muchos en el PCC confían en que a largo plazo podrán superar económicamente cualquier caída si la crisis actual requiere de una intervención directa en Hong Kong. Para el PCC, lo que importa más es la unidad nacional, por encima de todo.
Experto geopolítico y asesor empresarial internacional