La referencia a la velada crisis política no alude solamente a la conocida crisis de hegemonía sino a la especificidad relacionada a la ruta de colisión englobada en una alternativa histórica entre, por una parte, la continuación de la transformación destructiva de instituciones profundizando una ruptura y por otra, la recomposición del statu quo moreno impuesto por el presidente López Obrador en la desbocada sucesión presidencial. Se precipita así, como se ha visto en los últimos años, una creciente polarización política en la que significativos sectores de la población ven amenazada la subsistencia de un orden social con el que de un modo u otro se identifican.

Quizá es este escenario el que se está empujando desde los pasillos del palacio cuando se espeta con todo y coristas que ha llegado el “tiempo de las definiciones” olvidando precisamente que algunas de esas definiciones ocurrieron en la elección del 2018 cuando amplios y diversos sectores de la ciudadanía castigaron con su voto al régimen de Enrique Peña Nieto. El cambio no tardó en aparecer con equivocados perfiles en áreas estratégicas y el elemento mañanero de polarización que está dejando en evidencia una de las dimensiones de este régimen frente a lo que perciben como amenaza; la organización ciudadana.

La duda razonable es hasta dónde se instigará la radicalización enmarcada en el discurso del “conmigo o contra mí”. Con el pueblo o con la oligarquía. En estos tiempos adelantados sucesorios se ha visibilizado la disrupción dentro del movimiento moreno.

Las fotos de la unidad y la fallida promesa del piso parejo son los intentos por apaciguar las aguas pese a que en la profundidad el riesgo de una fractura está latente.

La coyuntura hacia donde se dirige la crisis sociopolítica entra en el conflicto del embate contra el INE y el cacareado plan B y en paralelo los procesos electorales del Estado de México y Coahuila. Es así que dominar la narrativa sobre los “tiempos de definición” se vuelve nodal y aflora la rudeza innecesaria y el maltrato hacia un actor político como lo es Cuauhtémoc Cárdenas y se pasa a la báscula cualquier movimiento encabezado por la sociedad civil y /o la oposición etiquetándolos de hipócritas y conservadores enemigos del pueblo.

No habrá marcha atrás de esta estrategia que apuestan les rendirá los frutos electorales y la consolidación de la polarización con una fuerte carga ideológica para reforzar la dicotomía presidencial que además incorpora la construcción del narcorrelato del pasado en el contexto del juicio contra García Luna.

¿Acaso se pretende minimizar —con comparaciones— que el epicentro de esa narrativa yace hoy en el núcleo de la política pública de los abrazos en la burbuja de la tolerancia hacia organizaciones criminales?

En ese tribunal en el banquillo de los acusados están ambos gobiernos y una primordial red de vínculos. Y una de las instituciones que saldrá salpicada serán nuestras fuerzas armadas hoy protagonistas del juego político presidencial.

Ante ello vale la pregunta en este “tiempo de definiciones” ¿cuál será el rol y su postura ante una probable ruptura política que desencadene un escenario de caos social?

Difícil no dimensionar la prospectiva castrense al revelarse la compra de equipamiento para la Guardia Nacional contra motines y marchas.

Y la pradera del orden social por diversos factores está seca, muy seca..

@GomezZalce

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