La mentira es una declaración o una afirmación que una persona hace a sabiendas de que no es verdad con la intención de engañar o inducir al error. Implica una manipulación consciente de la información para distorsionar la realidad para obtener una ventaja personal, evitar un conflicto o eludir consecuencias. Aunque para algunos del rebaño moreno puede parecer algo simple, las mentiras tienen profundos impactos psicológicos, sociales y morales. Mentir, lamentablemente se ha convertido en el “motto” de la transformación.

Mentir para sobrevivir

Se olvida con una enorme facilidad que la confianza es la base de las relaciones personales, empresariales, diplomáticas y políticas. A lo largo de la historia ha sido visto como una transgresión moral, asociada a la traición, el engaño y la falsedad.

El escándalo alrededor de lo acontecido en Sinaloa ejemplifica la podredumbre y la total simulación de lo que es la realidad; la absoluta colusión entre las más altas autoridades y la empresa criminal que lleva el nombre del estado (des)gobernado por Rocha Moya.

Sin un ápice de vergüenza se ha protegido, arropado y respaldado la versión acerca de la extracción del narcotraficante Zambada, líder del cártel sinaloense, que hoy enfrenta un sinfín de cargos ante la justicia estadounidense y que tendrá enormes secuelas entre la clase política mexicana.

En una misiva hecha pública en un timing perfecto el delincuente relató los hechos sobre su secuestro y detalles del asesinato del ex rector de la UAS, Héctor Melesio Cuén.

El gobernador y la fiscalía local mintieron y montaron ¡una escena del crimen! que fue desmentida por la FGR ¿sellando quizá? el destino de Rocha Moya. De paso se exhiben las aristas de una orquesta de falsedades para encubrir el narcoestado sinaloense sumido en una espiral de violencia imparable entre dos facciones de la empresa criminal.

En la misma ruta de sangre e impunidad pero con muy distintas consecuencias transita Chiapas, donde hace meses se elevan las alertas por la cruenta disputa del territorio y que ha llegado a su punto de inflexión con la ejecución del sacerdote Marcelo Pérez.

Diversas organizaciones han expresado su preocupación de que el estado se ha convertido en un campo fértil para una guerra civil. Este escenario sería devastador en múltiples dimensiones; sociales, políticas, económicas y humanitarias. Los impactos de la violencia en Chiapas se sienten ya en la región con las tensiones étnicas y socioeconómicas aunado a la presencia del narcotráfico. Las implicaciones geopolíticas además abonarían a un conflicto profundamente complejo y peligroso.

En 11 días es la elección en Estados Unidos y su resultado convulsionará de manera paulatina al Estado mexicano. Los frentes abiertos en una relación de conflictos latentes en las esferas torales entre ambos países van a requerir algo más que politiquería diplomática.

Y México continúa dando argumentos que sustentan el relato de haber perdido control de amplias regiones de su territorio.

Un conflicto que implica carros bomba está vinculado a actos de terrorismo. Representa la forma extremadamente violenta y destructiva de enfrentamiento. Esto genera un entorno de inestabilidad económica, política y social que afecta la viabilidad para cualquier inversión. Y aunado a esto el circo legislativo para aplastar al poder judicial empujando al país a categoría de riesgo inminente asoma una duda razonable,.. ¿quién se beneficia del caos?

@GomezZalce

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