La realidad objetiva y las acciones concretas tienen un impacto más profundo y duradero que las palabras o la retórica. Pese a que la propaganda y politiquería mañanera pueden ser poderosos en la granja Morena, el giro inesperado del impacto social del huracán Otis no ha sido debidamente dimensionado. Nada que sorprenda a estas alturas de un sexenio atiborrado de ocurrencias, tropiezos e improvisaciones en diferentes esferas incluyendo por desgracia, las estratégicas.
El estrepitoso fracaso en materia de seguridad —las cifras de homicidios en el gobierno de López Obrador lo confirman— ha empujado a México al abismo de la impunidad y al cogobierno de facto con el crimen organizado en amplias regiones del país. La propaganda mañanera con el buscapleitos presidencial no ha sido suficiente para amortiguar o distraer el impacto que está teniendo entre los mexicanos el caos antes y después de la llegada de Otis.
El desastroso control de daños en la estrategia gubernamental en la logística para asistir a la población guerrerense abandonada a su suerte desde que las alertas sonaron en distintos radares meteorológicos, hace estragos en el ánimo nacional.
Acapulco está en un punto crítico en el que las tensiones, el conflicto in situ y los problemas ante la falta de ayuda están por alcanzar un nivel tal que pueden llevar a disturbios, protestas masivas, revueltas o incluso conflictos violentos que pueden contagiar otras regiones.
Llegar a un punto de ebullición social en el que la insatisfacción y la frustración de la población llegue a un nivel tan alto, puede ser un efecto dominó en el que la sociedad entre en un estado de agitación y crisis. La polarización, los embates de López Obrador sistemáticos contra todo aquél que disienta de su aldeana cosmovisión y la cruenta lucha morena en la disputa por el poder pueden crear los ingredientes políticos para construir una tormenta perfecta que ayudará a la inevitable implosión de un partido asociado con la corrupción, impunidad, desorden, fracasos y arreglos con el crimen organizado.
Es importante recordarles a los liderazgos y corcholatitas del rebaño moreno que cuando una sociedad alcanza un punto de ebullición deben resolverse los problemas subyacentes de manera efectiva. De lo contrario la agitación social —que hoy con el distintivo sello de la casa se subestima— puede llevar a la inestabilidad política, ingobernabilidad e incluso al colapso institucional, tierra fértil para el empoderamiento local ya existente del crimen organizado.
Guerrero en manos de Morena hace tiempo está en el epicentro de la violencia y la impunidad además de ser una entidad semillero de perfiles delincuenciales y movimientos subversivos.
Ante el vacío y caos por la devastación de Otis y la ausencia del Estado en su capacidad de resguardar la seguridad, hay un alto riesgo de que grupos criminales impongan sus estrategias para suplantar el desorden de un gobierno local, en las formas y el fondo, completamente ausente.
La problemática que conllevará el exilio forzado de miles de familias damnificadas es aún de pronóstico muy reservado. Ello aunado a un efecto “cucaracha” de delincuentes que buscarán nuevos horizontes en entidades aledañas.
El contexto no luce nada bien para un partido fracturado entrando de lleno al torbellino electoral, pero luce mucho peor para la imagen del país urgido de certidumbre y estabilidad política para sortear el complicado escenario en la recta final del sexenio.