La soberbia es mala compañera en primerísimo lugar porque representa una actitud de arrogancia, orgullo desmedido y desdén hacia los demás. La actitud asumida por López Obrador durante su último Informe de Gobierno haciendo mofa de los resultados en materia de salud dibuja su dolo o limitación para conectar genuinamente con millones de mexicanos. O ¿acaso fue para mostrar la intención de que sus palabras sirvieran para mantener saciado el apetito de venganza y rencor del ala más disruptiva e intolerante de su movimiento al interior de Morena?
Hacer burla al día siguiente en su mañanera de haber fijado agenda comparando su modelo de salud con Dinamarca en un tema tan sensible que ha pegado en el alma de millones de hogares, es otro clavo hiriente en el ataúd del fin de sexenio.
El discurso de polarización y de odio ya permea de manera transversal en las esferas sociales. El país transita por una ruta donde la realidad de la posverdad transformadora pegará en algún momento en la línea de flotación del gobierno de Sheinbaum.
El escenario nacional se encuentra en un punto de inflexión empujado por la terquedad presidencial de llevar a cabo la reforma al poder judicial al costo que sea —el circo de sesionar de espaldas al pueblo bueno y sabio los ha dibujado de cuerpo entero— y esto es ya el disparador de un conflicto latente que inunda todos los ámbitos de la vida política, social y empresarial del país.
Negar, simular e ignorar lo que sucede en las calles tomadas por miles de trabajadores, jueces y magistrados y hace unos días por un mosaico de estudiantes, es una apuesta donde las riendas del caos las lleva López Obrador a 24 días de entregar la banda presidencial.
Habría que recordarles a los otrora “luchadores de izquierda” hoy convertidos en títeres del líder, que cuando los estudiantes salen a manifestarse para protestar y defender sus derechos se desencadena una dinámica que varía dependiendo del contexto político.
Y la coyuntura en México está inmersa entre el escándalo por el affaire Zambada, que ha proyectado al mundo el cogobierno y los intereses entrelazados con el cártel de Sinaloa, y una suerte de desesperación política presidencial como estado emocional y mental por un sentimiento de frustración e impotencia para ¿dejar el poder? e imponer sus caprichos.
Y justo en el perímetro del caos mexicano, los inversionistas, los mercados, los aliados, los socios y los Estados Unidos continúan enviando señales sobre las formas y el fondo de la reforma judicial. Se está avisando que causará “muchísimo daño” la aprobación fast track en la relación bilateral. ¿Qué parte no se entenderá sobre la gravedad de esas palabras que sentencian el berrinche presidencial de cara a una colisión?
López Obrador ya logró el cambio de régimen, sin embargo el riesgo que conlleva la desmesurada prisa por aprobar en ambas Cámaras el bodrio judicial carece de un análisis de fondo y de un estudio de perspectiva. Los pronósticos no parecen preocupar a la voraz jauría morena. Los índices en los mercados de valores y la volatilidad no hacen mella en sus ánimos. Es altamente probable que la reforma judicial pasará tal y como lo dictó EL dedito.
Lo revelador serán las secuelas en el ánimo ciudadano y estudiantil que escala entre el descontento y frustración, y en paralelo, la ola de inseguridad, la vorágine de incertidumbre y la aversión para invertir en México.
@GomezZalce