El creciente papel de nuestras fuerzas armadas en áreas civiles estratégicas del sector económico y como mil usos en otros rubros para resolver los deseos y las prisas presidenciales, ha ido a contracorriente de los objetivos de un mayor control sobre la arena de seguridad y de defensa. El lamentable rol que ha protagonizado la Guardia Nacional se refleja en el fracaso de sus abrazos y la creciente ola de violencia. Las organizaciones criminales dominan amplias regiones del país y arrodillan al Estado obligando a actores internacionales a pronunciarse sobre el desorden mexicano.
Frente al desastre y la impunidad rampante hace días se exhibió un video que enmarca a la perfección el cuadro cuatroté del atropello a la legalidad. A las formas y al fondo. El discurso sobre al margen de la ley nada, y por encima de la ley nadie, que ha pregonado el presidente es una simulación.
Una de las calamidades ya confirmadas de este movimiento moreno y de la presente administración la constituyen un sinfín de manifestaciones del pensamiento dualista y de toda suerte de contradicciones; las palabras versus los hechos que arropan una hipocresía colectiva.
Esa que es aceptable solamente si implica el reconocimiento de un fracaso. El rebaño del presidente con su balido al son moralista que en el periodo neoliberal presumía estar en contra de la hipocresía, son meros hipócritas.
La ley es flexible para los suyos. Envueltos en el “no somos iguales” se mofan de la misma, evaden respuestas a conductas inadmisibles en una democracia y desafían la Carta Magna. La justificación sobre utilizar un avión de la Guardia Nacional para trasladar a altos funcionarios a mítines de Morena exhibe el impudor político y una dosis de cinismo que tristemente los hace mucho peores que los del pasado.
Exhibir el rostro del poder del gobierno para apoyar campañas, amenazar a la autoridad electoral y presumir desacatos destruyen la credibilidad. Esa que se necesita como recurso sine qua non para gobernar.
Y la cereza envenenada de mostrar al titular de la Guardia Nacional y al de Gobernación en un acto proselitista enviando señales que días después coincidirían con aquello de “no me vengan con que la ley es la ley. No me vengan con ese cuento”, espetado por el jefe del Estado mexicano desencajado desde la mañanera, ha abierto la puerta al imperio del desorden y la imposición dando la bienvenida a una especie de anarquía.
El país sufre de una vertiginosa descomposición social, política, económica y de seguridad en gran parte gracias a la incapacidad, desorganización y ajuste de cuentas en la burbuja del poder y en menor medida a causas externas.
En el tiradero de las tensiones locales a López Obrador no parece interesarle incumplir con el T-MEC y friccionar la relación comercial bilateral. Entender la importancia de dar certidumbre en el concierto internacional de los intereses, relaciones y negocios no está en la agenda.
Ahí solo cabe la radicalización , el mosaico del pleito y la permanente amenaza. Sin embargo, haber incluido el rol de nuestras fuerzas armadas en el fango del proselitismo es audaz. Malinterpretar o ignorar del todo la magnitud, la naturaleza y las consecuencias de la profunda transformación que está sufriendo la cúpula de la institución castrense es un riesgo, así como subestimar el costo de los errores que, vale la pena puntualizar, cruzarán fronteras con un precio más elevado y más inmediato que el de sus predecesores.
Las señales ahí están.