La memoria es un suceso y un proceso colectivo. Hay memorias sueltas y las emblemáticas. Estas últimas no son sólo una memoria, una “cosa” concreta y sustantiva de un solo contenido, más bien es una especie de marco que con el tiempo va incorporando hechos.
Andrés Manuel López Obrador es un hombre obstinado, de ideas fijas y difícil de convencer aún por parte de su círculo cercano. Rencoroso, guarda en ese pecho que arguye “no es bodega” duros acontecimientos que han marcado su vida política y su experiencia con nuestras fuerzas armadas no ha sido la excepción.
Quizá por eso, y envalentonado por el margen que le dio el voto de castigo que en el 2018 lo llevó a la Presidencia, decidió que sería él quien modificaría su rol en la cacareada transformación.
Y el 19 de julio de 2019 en una entrevista con (obvio) La Jornada espetó muy osado: “Si por mí fuera desaparecería al Ejército y lo convertiría en Guardia Nacional, declararía que México es un país pacifista que no necesita al Ejército y que la defensa de la Nación, en el caso de que fuese necesaria, la haríamos todos.” Su audaz y temeraria declaración fue rematada por las palabras de que no era factible su deseo por “las resistencias” sin abundar, por supuesto, cuáles eran o quienes las encabezaban.
El círculo verde olivo acusó recibo de la intención presidencial y el agravio está latente en esa memoria.
Dos años después López Obrador está en su ruta de “desaparecer” al Ejército. Atomizado en múltiples labores civiles la institución es víctima de una especie de desmovilización activa. No desaparece sino sólo se transforma en administradores, albañiles, jardineros y un larguísimo etcétera y en la Guardia Nacional prometida aquel 19 de julio. La misma que en un “país pacifista” es vejada, humillada y sometida por las organizaciones criminales a quien el Estado mexicano abraza (fracasa) y tolera.
Aprovechando la institucionalidad castrense el Ejecutivo y sus pedestres cortesanos estiran una cuerda cuya tensión en un lado no se está midiendo porque ellos tienen “otros datos”. La escalada de violencia y la fallida estrategia en materia de seguridad costará a México en el rubro económico, geopolítico y social. No hay dedo presidencial ni distractor mañanero que pueda tapar la estela de muerte, de impunidad y el nulo estado de Derecho en regiones enteras donde el surgimiento de autodefensas, grupos paramilitares y comandos armados desafía diariamente sin pudor ni temor alguno.
A este contexto se suma la abierta narcopolítica y la cruenta disputa morena entre facciones y facciosos golpeando un tejido institucional endeble. La apuesta presidencial de someter al alto mando a su cosmovisión es una carrera contra el tiempo, en pleno tercer año, con una sucesión abierta y peligrosos flancos abiertos. Sin saber quizá que cada vez más fuerte se escucha un murmullo de fastidio desdibujando el verde olivo en verde… opaco.
POR LA MIRILLA
1. El vaso de la Ciudad de México está medio lleno y aplazar la transición en las Alcaldías ganadas por la oposición es sin duda un pésimo cálculo político.
2. No hay ninguna curva de contagios sino una ascendente línea vertical. Este tercer repunte enfrentado sin personal suficiente para hacer pruebas y suministrar vacunas está llevando a la capital y al país a una catástrofe sanitaria.
3. Entre algunos de los “influencers” que promovieron el voto por el PVEM manejan que a una de ellas —la de personalidad arrebatada— se le pagaron 10 mdp. La queja fue que a muchos “sólo” les dieron 4 mdp…Quizá habría que indagar con la persona de la agencia que les envió vía WhatsApp el guión y las instrucciones de dónde y con quién recibir el pago. Cínicos.
@GomezZalce