Las relaciones entre vecinos son frecuentemente difíciles y la de los Estados Unidos con México no es la excepción. Sin embargo, en época reciente se han ido deteriorando y con la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca las señales enviadas marcan una clara sana distancia en las formas, pero en el fondo la administración de López Obrador no tarda en descubrir el signado pragmatismo que caracterizará el primer año de los demócratas en el poder. La imagen del encuentro virtual bilateral entre el presidente Biden y el primer ministro de Canadá Justin Trudeau hace unos días enmarcó las palabras de elogio mutuo, colaboración y “fuertes lazos de amistad” poniendo énfasis en el trabajo en equipo para enfrentar la pandemia y los retos que está generando el cambio climático en ambos países.
Sin mencionar a México acordaron formar un frente común para acelerar la lucha contra los estragos de la crisis climática, reforzar la cooperación y “solidaridad” a nivel trilateral. Mientras Biden expresaba que Estados Unidos no tiene amigo más cercano que Canadá, aquí en México la Cámara de Diputados se batía en el debate alrededor de la iniciativa eléctrica de López Obrador aprobada sin cambio alguno. La misma que será abordada en el encuentro virtual el día de hoy entre el canciller Marcelo Ebrard y el titular del Departamento de Estado, Anthony Blinken. Los temas del T-MEC —y el incumplimiento de México en temas laborales—, migración, cambio climático y la crisis sanitaria por el Covid-19 estarán sobre la mesa.
A nadie deberá sorprender que habrá presión estadounidense, la lectura de las palabras de Biden al sentenciar que “Canadá y Estados Unidos van a trabajar de la mano para dejar clara la seriedad de nuestros compromisos en casa y fuera de nuestras fronteras” rematando con que van a “espolear a otros países para que eleven sus propias ambiciones” en el terreno del cambio climático no deja demasiado espacio a la especulación.
El pronunciamiento sucede justo en el timing de la ley eléctrica que pasará al Senado para su aprobación. Y como en política no hay coincidencias, la lectura de la señal de López Obrador de estar muy cerca de China y ahora también de Rusia en el asunto de las vacunas para el SARS-COV-2 coloca la agenda geopolítica en materia sanitaria de estos dos actores estatales, cuya relación con Estados Unidos y Canadá es antagónica, en este lado del continente como una amenaza a sus intereses. La interrogante estratégica es ¿cuál será la arquitectura de las relaciones hemisféricas en este nuevo contexto?
La narrativa del gobierno de López Obrador sobre el tema de las vacunas ya es digno para capítulo de novela distópica. Sin embargo, el asunto de la pandemia, que ya cobró más de 182 mil muertos, no parece quitarle el sueño al Presidente que con bríos inusitados arremete diariamente en la mañanera. Estudios médicos (serios) abundan sobre varias patologías que se presentan en pacientes postCovid-19 y seguramente el Ejecutivo deberá estar experimentando alguna de ellas.
La imagen de este gobierno con un secretario de la Defensa Nacional, un secretario de Marina y el “zar” encargado de la estrategia integral de la pandemia contagiados del virus exhibe el descomunal desastre.
Los distractores electorales y la pirotecnia mediática de politizar expedientes de abiertos opositores al régimen a meses de ir a las urnas, termina presentando el cuadro de “no somos iguales” seguido por la ruta del manejo con evidentes tintes electorales en la vacunación.
No cabe duda de que el escenario de un posible cambio en el balance de poder político ha prendido los focos en Palacio Nacional y sólo así se explican las maniobras para desacreditar y golpear a los adversarios. El péndulo presidencial de convocar a los gobernadores a un acuerdo de civilidad para respetar elecciones y horas después la fiscalía (autónoma) solicita el desafuero de uno de ellos, raya en dos sistemas mentales de procesamiento aparentemente irreconciliables. La mente cabalgando sobre el potro salvaje de los instintos de supervivencia. Y de romper el pacto… ya ni hablar.