Comienza el quinto año de gobierno de Andrés Manuel López Obrador en medio de una creciente inquietud interna sobre los resultados de una atropellada transformación. El andamiaje institucional cruje y el fantasma de la corrupción merodea dentro de la burbuja del poder. Negarlo es un espejismo que desaparecerá con el paso de los meses rumbo a la madre de todas las batallas: la encuesta del dedito presidencial.

Pocos dudan de la determinación de ese índice para designar a su sucesor, la cuestión radica en si se podrá controlar una marea morena cuyas corrientes oceánicas no permanecen estáticas. El reciente episodio en el Senado exhibe la fractura latente dentro de ese partido que sólo responde a la voluntad de una persona, sin ella se vuelve complejo e inútil detener la ola de egos, intereses y agendas personales.

Ahí en el recinto legislativo cayeron las máscaras del juego de la unidad y del piso parejo. Y a cada acción hubo una reacción. El legado de fiascos, simulaciones y politiquería se hizo presente en la reunión plenaria donde sólo acudieron el canciller Marcelo Ebrard y la titular de Economía, Tatiana Clouthier, los demás invitados declinaron haciéndole el vacío a Ricardo Monreal quien sentenció que el Legislativo no sería una extensión del Ejecutivo.

Y predecibles como son los morenos radicales, justificaron el rumor de que el punto de inflexión entre Monreal y López Obrador había llegado; nada que sea una sorpresa, las constantes señales del frío palaciego hace meses se sienten en esa parte del Poder Legislativo así que el tiempo colocará las piezas del rompecabezas en su lugar.

El presidente espera que el rebaño crea en la nobleza de sus intenciones en lugar de seguir prácticas democráticas e institucionales. El costo será —a partir del Informe de ayer— el de una sucesión atropellada, desordenada y con varios cabos sueltos.

México llega al inicio del último tramo de este gobierno arrastrado por una escalada de violencia, de impunidad criminal y de un nulo Estado de derecho en vastas regiones.

El fracaso estrepitoso de los abrazos y la tolerancia hacia las organizaciones delictivas ya no alcanza para seguir culpando al pasado y negando el desastre del presente. La propaganda mañanera y la narrativa presidencial parecen más gestos simbólicos de absoluta confrontación y polarización que sustanciales. López Obrador busca que el ambiente político-electoral en el 2024 esté definido por buenos y malos sin matices, pretendiendo que esto empuje su transformación seis años más. Lo deseable no siempre es posible cuando se tienen dos sogas al cuello: en materia económica y en seguridad.

Durante su campaña el candidato López Obrador prometió (de un amplísimo catálogo) un cambio radical en la esfera de seguridad incluyendo el retorno gradual de los militares a sus cuarteles, justicia transicional y amnistías selectivas. Los hechos demuestran una irrefutable demagogia. Una simulación. No les queda más que administrar el caos y la tensión política alrededor de la Guardia Nacional, y al diablo la Constitución.

Este quinto año también promete sorpresas y definiciones; sin embargo, lo único predecible es el papel de la economía en el tablero sucesorio, la crisis económica con una inflación desbordada es, sin lugar a dudas, un peligroso proyectil…

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