El impacto psicológico, personal y colectivo de la actual polarización depende de una variabilidad de factores, sin embargo las consecuencias derivadas de esta confrontación exigen reconocer la fragmentación que alcanza al tejido institucional, social y político producida por el conflicto que lleva meses instigándose desde el púlpito mañanero comprometiendo las posibilidades futuras de convivencia democrática en un México convulso por el contexto del pésimo manejo de una pandemia, el errático manejo de la economía y los altos niveles de inseguridad .

La polarización se evidencia cuando la postura de un grupo supone la referencia negativa a la postura del otro grupo, percibido como enemigo. Se trata de una difícil dinámica donde el acercamiento de uno de los polos arrastra no sólo el alejamiento sino el rechazo activo del otro.

Con ello se produce la transformación de valores como justicia, esperanza, confianza, verdad y ética por aquellos contrarios que se cree permiten alcanzar el equilibrio y mantener a salvo a los actores en cuestión.

En este ambiente de amenazas y agresiones verbales, de negación y rechazo presidencial, de expresiones masivas de descontento aunado a la percepción de inutilidad de las formas de manifestación cívica y de creciente impunidad , se cierra el espectro de perspectivas políticas no violentas, se aumenta la desconfianza en el sistema democrático generándose en consecuencia acciones que pretenden salidas no pacíficas al conflicto latente que está colocando a México en el centro de preocupaciones internas y externas.

El reciente episodio de ruptura con 10 gobernadores exhibe la nula operación política y el desdén por todos aquellos que difieren de la “misión” presidencial. Las diferencias comenzaron a surgir por el manejo político de la pandemia obligándolos a desarrollar un esquema de coordinación regional para enfrentar en aquellos convulsos días el peligro del virus.

Mientras el Ejecutivo subestimaba la amenaza del Covid-19 y el científico sacaba raja política-mediática, no se construyó una estrategia para afrontar la crisis pese a los ejemplos en otros países que bien pudieron servir como hoja de ruta.

El gobierno de México actuó tarde y mal: las cifras de decesos de mexicanos y del personal de salud son una tragedia infame.

La gota que derramó el vaso con los gobernadores actuando como disparador de un conflicto latente fue la pretensión de sancionar penalmente a quien violara una semaforización dictada desde el hígado de la soberbia y la tozudez. Los desencuentros políticos y la sistemática retórica beligerante de López Obrador —ahora enfilando sus baterías en el peligroso asunto del conflicto hídrico en Chihuahua con la toma de “ La Boquilla ”— profundiza el antagonismo y el desacuerdo con el sector empresarial, con los medios de comunicación, con la Alianza Federalista y con organizaciones de la sociedad civil.

El contexto coyuntural del paquete presupuestal 2021 , el desorden institucional y las elecciones intermedias llevarán a un camino todavía mayor de crispación.

Y aún cuando se viven tiempos extraordinarios y complejos, sí es posible tratar de pavimentar una ruta de respeto, confianza y concordia política en medio de la profundidad de la crisis. A menos, claro, que la “misión” presidencial y la caterva de radicales obliguen a un punto de quiebre.

Y los cambios abruptos siempre traen consigo consecuencias y un juego de suma cero empujado por el revanchismo... no es la solución.

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