El síndrome de mentir crónicamente se conoce en términos médicos como “pseudología fantástica” o “mitomanía”; la compulsión incontrolable por mentir, simular y dar falsas noticias es ya una conducta sistemática que ocurre cada mañanera. Las mentiras tienen un beneficio aparente para el colectivo moreno que sumiso y arrodillado marcha al basurero de la historia. En el atril del palacio se crean historias elaboradas y detalladas que en el multiverso cuatroté no se atreven a desacreditar y/ o cuestionar. Esta serie de narrativas —que agravian y denuestan a aquellos que disienten— son autoglorificantes y con un alto contenido fantasioso que con el tiempo se han vuelto en una parte nodal de la identidad del movimiento moreno. La simulación, hipocresía y la farsa como pilares de la transformación.

En plena celebración del nacimiento de un ente amorfo, desordenado en las formas e ineficaz en el fondo como lo es la Guardia Nacional, se asesina impunemente a Hipólito Mora en Michoacán que arde en llamas de violencia e impunidad. En un contexto de alta polarización se enfrenta el clero local con el gobernador Ramírez Bedolla a quien se acusa de estar coludido con organizaciones criminales que controlan regiones enteras. La respuesta del mandatario estatal al señalar que líderes de la Iglesia Católica son “voceros del narco” dibuja una ruta de abierta confrontación cuyo resultado no es difícil de pronosticar.

En muchas zonas del país hay una fuerte presencia e influencia de sacerdotes en el ánimo del pueblo (bueno y sabio) y agitar el santo avispero en la coyuntura de molestia latente de la ciudadanía abandonada a su suerte ante la descomunal inseguridad no parece ser una jugada estratégica sino más bien una cascada de arrogancia y berrinches.

Ante el escenario de violencia López Obrador despliega una nula empatía.

Los abrazos presidenciales han dejado una estela de muertos y el atentado terrorista —así debe ser etiquetado— donde explotó un vehículo en Celaya hiriendo de gravedad a elementos de la Guardia Nacional deberían de cimbrar a mandos civiles y castrenses.

Sin embargo, la meta del Ejecutivo de “desaparecer el ejército” como lo expuso allá en el 2019 parece irse consolidando. Al ir alejando a nuestras fuerzas armadas de una de sus actividades como es la de garantizar la seguridad interior, seduciéndolos con dinero y el espejismo empresarial, ha dado estrepitosos descalabros.

Hoy entre ser constructores y administradores no alcanza el recurso laboral verde olivo y llueven las convocatorias para ser parte del equipo del Tren Maya, aduanas, aeropuertos, ¿aerolínea? Y un sinfín de ocurrencias más.

Lo urgente es distraerlos de lo importante.

El riesgo se eleva con escenarios como en Chiapas y ahora Guerrero donde ya sin pudor alguno se confirman reuniones entre autoridades locales con células delincuenciales.

El péndulo diario de la descomposición junto a la violencia omnipresente y prolongada en el tiempo está teniendo un efecto devastador en la cohesión social con un pronóstico reservado dentro del torbellino electoral y la disputa interna en Morena.

Sin árbitro ni respeto a las reglas cunden los malos ejemplos y golpes bajos.

El desafío de un entorno integral de alta presión para el presidente representa una amenaza creíble para la toma de decisiones efectivas. Seguir inmersos en la narrativa de culpar al pasado de todos sus fracasos ha tenido consecuencias brutales para el país.

Y el último tramo del sexenio es, sin duda, el más peligrosamente volátil…

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