México vive varios males básicos incrustados en sus entrañas institucionales; los intereses en la industria del narcotráfico, la debilidad del sistema de justicia, la pobreza como un mal endémico y la corrupción que corroe y deslegitima al poder político nacional.
Andrés Manuel López Obrador
tiene décadas empoderando un discurso contra esta última y el relato de la mafia del poder y la minoría rapaz como ejes de su relato pretendió darle visibilidad al “grupo formado por el gobierno y una parte menor de empresarios, ambos inclinados al robo o a obtener beneficios”. Esta propaganda terminó de instalar una verdad creando un marco ideológico que terminó actuando en el campo del pensamiento de una gran mayoría de mexicanos diseminando una nueva percepción que consolidó uno de los pilares para el crecimiento del movimiento moreno. Ello funcionó como una forma consistente y rápida de instalar un cambio de conciencia provocado por la impotencia de una ciudadanía agraviada por el descomunal saqueo, la corrupción y la impunidad .
El Presidente lleva décadas en un proceso de construcción de verdades alrededor de esa burbuja donde campea la corrupción. Sin embargo, una vez más la realidad pegó en la línea de flotación en la percepción ciudadana; la periodista Lourdes Mendoza exhibió una imagen que fue, sin duda, la foto de la semana. El símbolo cuatroté confeso de excesos e innumerables delitos graves fue exhibido cenando desparpajado en un lujoso restaurante. Emilio Lozoya en una imagen desencadenó un sentimiento colectivo de furia, sorpresa y agravio. Una burla desafiando a la FGR siendo un lastre en la narrativa presidencial contra la corrupción.
Esa foto enmarcó la aberración del sistema de justicia mexicano en el caso del ex director de Pemex y su red de vínculos. La oscura negociación en su extradición a México, los acuerdos y los pactos, eso sí, escritos. El golpe ha mandado a varios al pozo de los desamparados y se ha desencadenado un efecto (político) dominó donde aún no caen todas las fichas.
Desdibujada la línea de la cacareada moral y el doble rasero (neoliberal) en la aplicación de la justicia que se prometió dejar atrás, la cena de Lozoya encendió (con razón) la ira en el Palacio y al interior del gabinete donde los reclamos a la tardía reacción de la FGR no se dejaron esperar. El silencio de la fiscalía autónoma ensordeció de manera transversal a varios sectores políticos y de la sociedad. Y para que no falten problemas en el tablero del Edén estratégico del palacio, en una de las obras emblemáticas estalló el infierno por la lucha de los moches sindicales de los salarios, y al diablo los trabajadores.
Dos Bocas exhibiendo la absoluta falta de operación política y estratégica para detectar con anticipación los riesgos obligando al Ejecutivo a entrar en la resolución de conflictos balconeando a la CTM y a la CATEM .
Sin rigor en el análisis y planeación de escenarios, los focos rojos nacionales parecen ser normalizados y justificados a la par que se planea repartir zanahorias diplomáticas para los pactos políticos como telón de fondo concatenados con miras al 2024.