Hay un componente fundamental de cierta clase política; la demagogia. Expertos y autores la han descrito de diferentes formas; sin embargo, en la historia de las doctrinas políticas se considera que el primero en definir el término fue Aristóteles, quien consideraba que la demagogia se centraba en la manipulación de los pobres para así ganarse su favor y de esa forma asegurarse el poder a través de promesas inviables, miedo o la falsa esperanza. El filósofo griego sentenció que la demagogia era la forma corrupta o degenerada de la democracia y que lleva a la institución a un gobierno tiránico que dice gobernar en nombre del pueblo (¿bueno y sabio?).
Algo empieza a heder en la narrativa de Palacio Nacional y ya contamina el otro Palacio. La creencia falsa sobre la cual hay convicción por parte del círculo del Ejecutivo y de la Jefa de Gobierno sobre teorías conspiracionistas de diversos actores que enrarece el ambiente y peor aún, exhibe cada vez más sus fallas sistémicas en la gestión de cualquier riesgo.
No hay un buen gobierno en medio de la crisis sanitaria, económica y en casos específicos, de seguridad. No hay necesidad de ser apocalípticos: la realidad tunde todos sus relatos.
La política de doble rasero de austeridad en la gestión de López Obrador al frente del gobierno capitalino allá por el 2000 dejó un desastre en áreas estratégicas. Hoy la CDMX es un mosaico de crisis en medio de la tardía y pésima estrategia para enfrentar la pandemia. El gobierno capitalino da tumbos ante los retos de la problemática que enfrenta. La lealtad a ciegas ha impactado en la vida de los capitalinos. Sheinbaum no respira sin el ventilador presidencial. Y por ende no decide en los asuntos críticos. Cualquier estrategia debe ser consultada. Amarrada a ese volátil vaivén la coyuntura actual en la capital es de alto riesgo.
A la protesta social por el cierre del comercio formal y el infierno hospitalario —sin “dramatizar” por supuesto— se sumó el incendio que colapsó seis líneas del Metro. Las explicaciones sobre lo sucedido rayaron en el delirio: la creencia falsa sobre la cual hay convicción y es actuada abiertamente por funcionarios capitalinos. La culpa es del pasado no importa quién(es) representa(n) el pasado.
La repetición de la narrativa para justificar la incapacidad, negligencia y simulación. La austeridad pegó en una de las líneas de flotación de la ciudad: La movilidad de millones de ciudadanos. Y ante el descomunal desastre logístico vendrá más desastre sanitario. Más contagios, más saturación hospitalaria, más muertos, impotencia, agravio y dolor. El círculo vicioso perfecto.
El modelo para gobernar a los capitalinos —a dos años— presenta faltas de integración del nivel estratégico con el logístico y el operativo en un ciclo funcional de dirección. Ello afecta la ejecución y, por ende, la eficiencia. La ciudad enfrenta como nunca en su historia la tormenta de varias crisis. Imperdonable. La cuatroté ha resultado un espejismo de esperanza.
Las posturas dignas y promesas fundamentales que cosecharon millones de votos sí son cosa del pasado. Hoy hay regodeo entre la distracción y la contradicción. En su desarrollo reciente el “lopezobradorismo” no se ha inclinado hacia un pluralismo democrático sino vuelve a reafirmar su tradición al parecer, más auténtica: la de un “monismo” democrático.
Ante esto, ¿qué secuelas conllevará la actitud colectiva frente a los desórdenes morales en los que ha caído este gobierno?
Restan 142 días para saberlo.
POR LA MIRILLA
El impresionante cerco de seguridad alrededor de Washington previo a la ceremonia de la investidura de Joe Biden como el presidente estadunidense número 46 el próximo 20 de enero, exhibe el estado de alerta de la nación ante un plausible escenario de desestabilización y violencia en diversas ciudades. En la coyuntura del juicio político contra Trump, una incontrolable pandemia, una crisis económica y las estelas de una, al parecer bien orquestada insurrección, Biden enfrenta un inicio de gobierno sumamente volátil. Los primeros 100 días serán fundamentales como sello en su política interna... y externa.