Experimentar la fuerza expresiva de las emociones básicas permite también una mejor percepción de los ritmos y melodías emocionales que llenan los espacios cotidianos en un contexto de profunda complejidad. Las emociones son reacciones psicofisiológicas de las personas ante situaciones relevantes desde un punto de vista adaptativo, tales como aquellas que implican peligro, amenaza, daño, éxito, pérdida, etc.
Todas estas reacciones son de carácter universal e independientes de la cultura pero haciendo hincapié en el miedo, la tristeza, ansiedad y la ira, cuando son intensos y habituales, estos afectan negativamente la calidad de vida de las personas. México —y el mundo— viven una coyuntura de vaivenes y volatilidad emocional entre sus habitantes disparada por la pandemia que hace poco más de dos años arrodilló a gobiernos y que hoy no es asunto del pasado. Sino como nunca antes del presente.
La vacunación en México, pese a esfuerzos de actores sigue encontrando importantes obstáculos y resistencia entre una parte de la población. Unos cuantos ponen en riesgo a muchos y la narrativa de una semaforización verde es un espejismo del regreso a la “normalidad” que seguramente invitará al golpe del pico de la realidad en unas semanas.
El 2021 cierra con malas noticias en varios frentes y no hay propaganda suficiente para distraer del desastre en muchos de ellos, pero sobre todo en materia sanitaria. Miles de muertos y familias enteras rotas son el resultado de una pésima gestión de la pandemia de un círculo de funcionarios soberbios. La expresión patológica de su miedo está innegablemente relacionada con su respuesta desproporcionada e irracional ante el resentimiento social y los reclamos del personal de salud, padres de familia y ciudadanía que entre curvas, mesetas y picos se sintió abandonada a su suerte.
Ejemplos en estos meses sobraron para documentar los vestigios y secuelas de la crisis sanitaria que trastocó transversalmente todas las esferas; en lo social, (geo)político, económico, ambiental, institucional, etc.
En la coyuntura actual donde la situación económica pasa por momentos de extrema dificultad las curvas se entrelazan en un tablero donde reina la disrupción y se alienta la polarización. El pleito ha sido el eje rector de este año que pronto termina. Una sucesión abierta, adelantada y cruenta deja poco espacio para solventar las carencias y fracasos en áreas estratégicas. Es más importante como meta dividir, restar y aplastar.
Sea cual fuere la explicación de este fenómeno que nace, crece y se desarrolla en los pasillos del palacio no parece haber visión de construir y transformar la discordia en concordia. Las diferencias y la tensión latente en la cúpula del poder golpean por igual a propios y extraños. Las tendencias se expresan en múltiples formas directamente conectadas con el sismo institucional.
Esto ha propiciado la emergencia —que se niega— de una profunda división en el partido en el poder. Subestimar la reacción puede dar más fuerza a movimientos que ya reaccionan en una periferia ante el desgobierno y ausencia del Estado; Chiapas, se ha insistido en este espacio, es un foco rojo de inestabilidad donde converge la problemática de muchos hilos y un mosaico añejo de tensiones.
La urgencia llama a la prudencia por el bien de todos. El abanico de problemas que México enfrentará requiere de menos polarización y de la construcción de un camino de paz, valga la ironía.
En medio de las incertidumbres que plantea la crisis del SARS –COV-2 y sus variantes, pero asimismo la de seguridad, la económica, migratoria, social y política coloca uno de los mayores retos para todos por su impacto disruptivo. ¿Hay acaso conciencia alguna de la tormenta que se avecina?
POR LA MIRILLA
Un reconocimiento a todo el personal de salud. Un abrazo a todos los que perdieron un ser querido y la recomendación de continuar con la sana distancia y a seguirse cuidando como el primer día.