El desplazamiento forzado por la violencia, pobreza y cambio climático es un componente de las migraciones humanas en el mundo del siglo XXI, siendo una problemática de primer orden en la agenda internacional en la medida que afecta tanto a los países receptores como los de origen debido al impacto demográfico y socioeconómico que produce. Una migración desordenada como ha sucedido con las caravanas que en los últimos años han ingresado a México, es ejemplo de la demagogia y politiquería del presidente López Obrador.

Su insensata promesa en 2018 de ofrecer empleo, visas humanitarias y oportunidades para, según él reducir el fenómeno migratorio en su pedestre visión de crear condiciones de bienestar, ha desatado en los últimos cuatro años no sólo una tensión bilateral sino una crisis humanitaria en ambas fronteras del país.

La tragedia de Ciudad Juárez pinta de cuerpo entero la nula empatía, la hipocresía, simulación y el falso humanismo de esta cuatroté y los dictados del dedito presidencial.

El cuadro de horror con imágenes de migrantes privados de su libertad y dejados a su suerte para ser consumidos por las llamas ante la indiferencia de funcionarios del Instituto Nacional de Migración es el colapso de una política migratoria fallida que trastoca al gobierno mexicano y al estadounidense, tanto republicano como demócrata.

Treinta y nueve migrantes —y contando— muertos dentro de una celda.

La mentira mañanera ya normalizada que sucumbió ante la filtración del video que desató la ira del secretario de Gobernación que, en esa manía adoptada por este régimen de repartir culpas, mostró su verdadero rostro; la innegable tendencia de no asumir responsabilidades.

Fuentes aseguran que en el gabinete de seguridad del día después de la tragedia estuvo lleno de reproches y violencia verbal ante los ojos atónitos del Ejecutivo. La descomposición interna de un gabinete contaminado por una desbocada sucesión, gracias nuevamente a la irresponsabilidad de López Obrador. Un equipo que se resquebraja y trabaja en los golpes bajos y en la búsqueda de la aprobación del Presidente que, obsesionado con su visión, nulifica todo lo que no se someta a su voluntad.

Ciudad Juárez vuelve a ser otro botón de muestra del indigno y abyecto papel que México juega para Estados Unidos en materia migratoria.

Asumiendo el quid pro quo entre ambas naciones, la migración es tomada como moneda de cambio y al diablo la problemática y la congruencia del discurso acerca del maltrato de migrantes por parte de los Estados Unidos.

La política de los abrazos para las organizaciones criminales ha desatado un efecto dominó bilateral que aún no termina y la política de los brazos abiertos para las caravanas migrantes llegó a su punto de inflexión al aceptar la recepción de 30 mil inmigrantes cada mes. Los resultados están a la vista.

El estrepitoso fracaso del Estado que, pese a las señales del riesgo inminente, permitió la tragedia en un centro de detención de migrantes —no un albergue como lo pintó mañosamente López Obrador— golpea la línea de flotación de la legitimidad del discurso “humanista” presidencial. La responsabilidad política y pública cae directamente sobre el Ejecutivo en la cadena de mando, pese a las maromas y el cinismo de la narrativa mañanera.

La cuatroté regala, una vez más la normalización de sus escándalos semanales de corrupción, negligencia, omisiones y caos interno institucional.

Así las cosas.

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