La experiencia de las democracias en América Latina ha mostrado que los mecanismos electorales no son suficientes para asegurar la legitimación política. Además de ser elegidos por los ciudadanos, los gobernantes deben tener las competencias necesarias para poder desempeñar sus funciones de forma eficaz. Pues si los ciudadanos eligen a un político debido a su programa y también a su personalidad y carisma, para funciones de gobierno se tiene el derecho a esperar que ese gobernante sea capaz de implementar el programa de manera técnicamente competente. De lo contrario devienen las decepciones y las promesas del desarrollo quedan truncas e incumplidas.
El populismo ha sido y es uno de los fenómenos estudiados más relevantes tanto por su capacidad para incorporar simbólica y efectivamente a sectores excluidos de los sistemas políticos como, en ciertos casos, por su carácter antidemocrático, contestatario y antipolítico. Muy pocas personas permanecen impasibles frente a este fenómeno; o se está a favor o se está totalmente en contra.
Y finalmente ha llegado marzo y la fuerte realidad toca la puerta de Palacio Nacional. Cada golpe en el imponente portón anuncia una crisis y el caos reinante entre el gabinete presidencial que no ha encontrado espacios para resolver, coordinarse y dirimir fuertes fricciones que van sumando presión a una olla que hoy carece de válvulas de seguridad y su ebullición amenaza aún más la gobernabilidad.
Hace semanas se percibe un tufo de rápida descomposición y fastidio en la cúpula del poder. Intrigas, corrupción y pedestre politiquería, diría el clásico, reinan en despachos y alrededor de los Palacios. Desde aquella cena atiborrada de símbolos como la ausencia del Secretario de Hacienda, un jefe de oficina denigrado a hacerla de fotógrafo, un café gélido como el ambiente empresarial cuyos personajes cruzaban miradas entre sí y el recipiente con atole, y donde se pasó la charola derrumbando aquello de no somos iguales, el malestar general y la preocupación son ya inocultables. Las recientes encuestas muestran no sólo un desgaste prematuro en el ejercicio del poder sino una sostenida pérdida de la credibilidad ciudadana con el gobierno para la solución de graves problemas.
La economía es un desastre porque el presidente Andrés Manuel López Obrador ha sido el responsable de la toma de muchas decisiones. Ante la adversidad externa hacen implosión los altos funcionarios que chocan constantemente con la terquedad presidencial y la paciencia entre los inversionistas se agota con rapidez.
Cambios y enroques no parecen ser solución. Sin una ruta clara y la ejecución impecable en los rubros más delicados —seguridad, salud, economía— no habrá ninguna transformación y sí una crisis mayor abriendo aún más las puertas del desorden interno, las agendas personales y las erráticas decisiones que terminarán en un sálvese quien pueda.
A 15 meses lo que está sucediendo es muy explicable, pero imperdonable. El tiempo se agota.
Por la mirilla
El desafortunado timing de la foto del respaldo para el Presidente por parte de las mujeres del gabinete es revelador. No se está entendiendo nada y entre más se mueven, más se hunden, además de exhibir nuevamente que tooooodo tiene que girar alrededor de la figura de López Obrador. ¿Quién es el genio estratega?
@GomezZalce