Mentir cuando se gobierna puede tener consecuencias graves y peligrosas. En primer lugar, puede erosionar la confianza de la ciudadanía en los gobiernos y socava la democracia en sí misma. Las consecuencias del golpe de la realidad contra la simulación y la falsa propaganda están empujando el ambiente político social a un punto de inflexión. Las falsas verdades sostenidas desde la mañanera están socavando la credibilidad y reputación del gobierno de López Obrador en la comunidad internacional.
Los últimos acontecimientos bilaterales sobre cuestiones de seguridad nacional —concepto utilizado como justificación pedestre para matizar la colosal corrupción y mal manejo de los recursos públicos— ha llevado a México a una abierta confrontación con Estados Unidos. La línea de tiempo en la reciente reunión en Washington donde López Obrador mandó a los titulares del gabinete de seguridad mientras los representantes de Biden eran asesores en la materia, muestran las señales del soft power diplomático que evidencian los caminos dispares y la vapuleada percepción que se tiene de la cuatroté y sus contradicciones sobre el actuar del Estado mexicano sobre el tema del tráfico y producción del fentanilo.
El anuncio de la DEA sobre la infiltración dentro del cártel de Sinaloa y su operación mundial en el tráfico del fentanilo junto a la emisión de órdenes de aprehensión incluyendo a los hijos de Joaquín Guzmán el “Chapo”, demuestra que tienen conocimiento de la red de vínculos de la organización criminal con funcionarios de los tres niveles del gobierno mexicano.
La reacción del Presidente ante ello fue lamentable confundiendo la información; la revelación de documentos del Pentágono sobre la confrontación y serias diferencias entre las secretarías de Defensa y Marina y el anuncio de la DEA sobre el cártel sinaloense.
La vergonzosa explicación presidencial sólo sustenta la percepción de que algo hiede en los sótanos de este gobierno que se ufanaba de ser diferente; revertir lo que ya golpea la línea de flotación de la reputación y credibilidad requiere de un enfoque cuidadoso y estratégico en lugar de peroratas con ánimos revanchistas y berrinches que laceran al Estado mexicano y sus instituciones.
Los mecanismos para recibir retroalimentación para la narrativa mañanera han sido determinantes en la siembra de un ambiente hostil y peligroso para todos aquellos que disienten del sermón y la cosmovisión presidencial.
El Presidente está visiblemente enojado y la nula transparencia y rendición de cuentas de su gobierno lo llevará a un callejón sin muchas salidas.
Inadmisible defender lo indefendible mientras todo el rebaño moreno calla sumiso pretendiendo dar un cheque en blanco cobijando los escándalos de abusos y desvío de recursos públicos del gobierno.
Aplaudir el embate contra la SCJN y organismos autónomos no tendrá un buen final.
Contar con los recursos de poder no garantiza que se obtendrán los resultados esperados.
Estirar la cuerda de la tensión política ocasionará que se rompa por lo más delgado y se requiere de inteligencia contextual para analizar con claridad las situaciones.
Y la que prevalece con Estados Unidos tendrá efectos y daños colaterales en la sucesión (des)controlada por López Obrador. México es y será estratégico en los intereses de la región. Un país donde vastas regiones son controladas por el crimen organizado es y será una amenaza. Los socios comerciales de México asocian su propia seguridad con las amenazas percibidas en materia de seguridad nacional pero también en la esfera geopolítica.
Y lentamente, a cada acción hay una reacción.
De forma escalonada.