La propaganda es sabido que busca demonizar a grupos o individuos específicos presentando al gobierno y a su líder como la única opción viable y protectora de la nación. Es un hecho incontrovertible que el régimen de López Obrador en la mañanera, punta de lanza de su aparato de propaganda, se manipulan imágenes y hechos para respaldar la narrativa de su gobierno. A más de cuatro años los ejemplos sobran.
Sin embargo, cuando se mezcla la mentira como táctica común y la contradicción como conducta sistemática, el resultado arroja situaciones con alto nivel de riesgo que no son dimensionadas.
Mantener el control de la narrativa se ha vuelto cada vez más difícil por los desatinos y cambios drásticos en la conducta emocional del Ejecutivo.
El giro dramático en el caso del general Salvador Cienfuegos que volvió a ser un largo tema en días recientes da pie a varias lecturas; las aguas verde olivo se están moviendo también y en la arena política sucesoria se envían señales en la trastocada relación bilateral y en política, no hay coincidencias.
Hay que recordar que el día después de la detención en el aeropuerto de Los Ángeles, California del ex secretario de la Defensa Nacional, en la conferencia mañanera el Presidente se deslindó de manera tajante considerando “muy lamentable” lo ocurrido y advirtiendo que al igual que el caso de Genaro García Luna, “suspendería” a todos los involucrados con las “actividades” de Cienfuegos que aún estuvieran trabajando en la Sedena aunque fueran “civiles o militares”.
Lo anterior —además de golpear la línea de flotación del actual alto mando militar— sólo ilustró el enorme desconocimiento del Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas sobre la institución.
Además de haber arremetido contra la esfera castrense, López Obrador consideró que la detención de Cienfuegos era una muestra de la descomposición del gobierno a manos de la corrupción y encarrerado con su sonsonete de los gobiernos neoliberales, el Ejecutivo selló la suerte del general divisionario.
Empero, como la realpolitik termina poniéndole siempre las cosas en su justa dimensión, López Obrador tuvo que matizar su embestida que lo colocaba literalmente al borde del precipicio.
La línea de tiempo del caso Cienfuegos pasó a ser un asunto de seguridad nacional del Estado mexicano y así se lo hicieron saber al gobierno estadounidense que informó “consideraciones sensibles e importantes de política exterior que superaron el interés del gobierno en continuar con la acusación” —y una investigación de más de una década— atropellando en esa ruta a la DEA y al Departamento de Justicia cuyo titular, por cierto, era William Barr. El hoy ex fiscal general que en semanas recientes ha señalado que el gobierno de López Obrador ha perdido el control de varias regiones del país al narco.
El general Cienfuegos regresó a México donde con el tiempo en la FGR le fueron desestimadas todas las acusaciones y pareciera que era un asunto archivado hasta que hace unos días López Obrador le dedicó amplio espacio en su mañanera.
Salió como nunca a defender al ex secretario de la Defensa argumentando que era una “injusticia” cuestionando al gobierno de Estados Unidos en su actuar y acusando a la DEA y la Departamento de Justicia de fabricar expedientes. Todo en un timing donde la relación bilateral está sumida en un tirante conflicto en materia de seguridad.
Varias preguntas flotan en diversas esferas, pero una en particular. ¿Cuál es la razón de fondo en la construcción nuevamente de una narrativa para desacreditar las investigaciones de la agencia estadounidense?