Una operación quirúrgica de órganos de inteligencia que oculta los detalles finos es una misión altamente confidencial diseñada para llevarse a cabo con precisión y discreción. Y con ello evitar la fuga y/o divulgación de información sensible para proteger la seguridad nacional y así evitar repercusiones políticas o sociales adversas.

Han pasado semanas desde la entrega-captura del delincuente Ismael “Mayo” Zambada, líder del Cártel de Sinaloa, a las autoridades de los Estados Unidos. Se han rebatido y batido en el fango múltiples versiones, lo que arroja el resultado previsto en el escenario de la gestión del secreto.

Este tipo de operaciones, especialmente las que detentan sensibles particularidades que permanecen ocultas, a menudo suscitan debates éticos incluyendo preocupaciones sobre la soberanía de las naciones, la cooperación y la transparencia gubernamental.

El caso del capo sinaloense es un botón irrefutable del nivel de corrupción, colusión y del cogobierno delincuencial en vastos territorios del país.

En Sinaloa el sujeto Ismael Zambada García, además de haber sido uno de los criminales más buscados por la justicia estadunidense, era mediador de conflictos políticos y sociales locales con pleno conocimiento de las autoridades de los tres niveles de gobierno.

No hay maroma, mañanera distractora ni manera de refutar esa narrativa que, como residuo tóxico en un proceso complejo, se propaga a través de múltiples medios y derivará en un conflicto latente binacional en el corto y mediano plazo. El maniaco intercambio diplomático de mensajes exhibe las formas y el fondo.

La mitigación en México de las esquirlas de esta granada sinaloense requerirá de un enfoque multifacético. El meollo del “Mayo” es ser un secreto de Estado para ambos Estados. Tan sensible que las minucias de la revelación de la entrega-captura compromete relaciones bilaterales. Contiene ingredientes que pueden desestabilizar la situación política mexicana en un contexto de alta volatilidad. La contención y administración de la información sensible irá colocando las reglas del quid pro quo y de la realpolitik bilateral.

El Cártel de Sinaloa hace décadas está concatenado, desde los sótanos que hoy hieden, a la vida política de gran parte del país. El secreto a voces que por diversas razones nunca se reconoció públicamente. Las señales de la pasada elección intermedia arrojaron que en regiones enteras votaron los intereses criminales y la alarma bilateral sobre el poder de la amenaza creíble para la seguridad nacional estadunidense alcanzó un punto de inflexión.

El innegable empoderamiento gracias a los abrazos y tolerancia en este sexenio hacia la organización criminal logró colmar el plato en la relación con Estados Unidos —en tensión latente además por otros factores-- y más allá de un contexto electoral, esa red de vínculos apunta a las manecillas de un reloj que a partir de octubre marcará el inicio de la hora de las cuentas claras.

Defender al gobernador de Sinaloa embarrado de la putrefacción alrededor del affaire Zambada, autoriza de facto los intereses oscuros creando más dudas que certezas.

Y una de las amenazas para la próxima administración de Claudia Sheinbaum será la implosión, la filtración de información que no controla México y los ajustes del crimen desorganizado.

Enviar el mensaje de que se continuará en la ruta de no combatir a los cárteles es una oferta que no tiene fondo en el banco del ánimo del gobierno de los Estados Unidos. Sea demócrata o republicano. Y así lo harán saber, porque esto apenas comienza.

@GomezZalce

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