“No se puede porque no se quiere”, fustigó el Ejecutivo desde su mañanera hace unos días en referencia a una línea de crédito a tasas bajas por 12 mil millones de dólares que pretende utilizar para pago anticipado de la deuda de México. Con ese tono de voz que utiliza para descalificar, le tocó el turno al “ultratecnócrata y cuadrado” de casa, el subgobernador Gerardo Esquivel, quien descartó en su cuenta de Twitter la propuesta de López Obrador explicando que los derechos especiales de giro (DEGs) no son una moneda, sino un activo de reserva internacional.

Esquivel osó apretar ese botón presidencial que vuelve al Ejecutivo predecible cuando se le contradice.

El presidente arremetió reiterando la propaganda acusadora sobre los economistas de pensamiento conservador que estudian en el extranjero y no piensan en el pueblo al que, por cierto, esta administración ha lanzado a la pobreza extrema en escasos tres años.

Eso sí es hacer historia.

La punta de ese látigo que golpea a todos los que no cuestionen su narrativa y sus datos terminó azotando a miembros de su círculo que han cursado estudios en el extranjero y que seguramente han perdido el ánimo de externar una opinión diferente. Esa democracia no existe en el palacio donde además de librarse una disputa entre facciones por dados cargadísimos en una sucesión adelantada, hay preocupación por los frentes abiertos y las consecuencias políticas y sociales de las permanentes descalificaciones.

Queda de manifiesto que la ruta de la polarización está trazada y que la (pos)verdad del presidente es la que prevalece.

Las mentiras o las medias verdades son parte esencial de su dispositivo retórico junto con las redes sociales utilizadas como espacio dilecto del engaño, la tergiversación y el ataque, sin matices, contra cualquier disenso.

La posverdad del palacio funge al mismo tiempo una función de reclamo y de cortina de humo en una coyuntura de tropiezos, fracasos y de un desorden ya institucionalizado; el traspié de la carta responsiva de la SEP es el botón perfecto de ese dogma presidencial de las verdades absolutas.

La cuatroté después del Informe empezará su cuarto año. Movida por la cosmovisión de un solo hombre, todo gira alrededor de sus deseos, uno por rencor contra el pasado y otro por su visión de futuro. Sin hoja de ruta clara, las velas del gobierno federal se desplazan con el viento presidencial. Las consecuencias son evidentes: Desorden, descoordinación, falta de conducción, errática implementación y varios fracasos en los resultados.

En la esfera de la seguridad el Estado ha claudicado en el uso legítimo de la fuerza empoderando y avalando la injerencia política de cárteles y sus grupos delictivos.

Por eso apremia la construcción de un relato de éxito (¿Gas Bienestar?) en medio de un descontrolado repunte de contagios y decesos bajo un paraguas de mensajes contradictorios de la autoridad obligada a cuidar de sus habitantes.

El juego del semáforo —con la posverdad como estrategia— según el interés o capricho en turno; verde para elecciones, amarillo para vacaciones y naranja para eventos masivos y al diablo la salud de millones de personas.

Tal cual.

POR LA MIRILLA

1. Asombra que ¡tres meses! después el almirante Ojeda ofrezca (no pida) disculpas a un Poder Judicial golpeado, criticado y descalificado con frecuencia por el mismo presidente.

¿O Zaldívar necesitaba esa disculpa después del tiradero de su inconstitucional ampliación de mandato?

2. La onda expansiva del desastre en Afganistán impactará la geopolítica de la región y sus esquirlas de seguridad nacional tensarán, aún más, la relación México-Estados Unidos.

3. Las cifras de contagios y decesos del tercer repunte en esta semana indican que está fuera de control…

@GomezZalce