“La política es entre otras cosas, pensamiento y acción. Y aun cuando lo fundamental son los hechos, no deja de importar cómo definir en el terreno teórico el modelo de gobierno que estamos aplicando. Mi propuesta sería llamarle humanismo mexicano porque sí tenemos que buscar un distintivo”, espetaba el presidente López Obrador el domingo de su marcha. La genialidad de distinguir su “modelo de gobierno” empezando el quinto año no deja de ser distintivo en sí. Maestro de la distracción y del discurso propagandista su masiva convocatoria desde el poder muestra el músculo que logran los que detentan el mismo, sin embargo, los hechos exhiben fallas y fracasos en rubros estratégicos.
El sistemático discurso de polarización y violencia verbal desde la mañanera continúa abonando el terreno rumbo al 2024 perfilando un escenario de convulsión social y política aderezado por una (in)certidumbre económica que ha golpeado todos los bolsillos mexicanos.
Ahora bien, popularidad no es sinónimo de buen gobierno. Ayer que comenzó formalmente el quinto año, López Obrador debería estar enfocado en poner orden en su desorden doméstico. La sucesión adelantada ha sembrado agravios entre los de casa que emergerán con un resultado adverso a esa cantaleta humanista y de tolerancia. La disputa por el 2024, los golpes bajos y la encarnizada lucha para descarrilar y/o golpear líneas de flotación de varias corcholatas tienen el visto bueno presidencial.
El Ejecutivo y “la jauría” —Tatiana dixit— que lo rodea tienen planes transexenales y un acuerdo para sortear el oleaje moreno sumido en una guerra de baja intensidad.
Una de las evidentes puntas de lanza es empujar a que Ricardo Monreal abandone el rebaño, las palabras de Mario Delgado y el comportamiento tosco y rudo contra el senador exhiben la punta de un iceberg y la fragilidad de la cohesión interna.
Con una línea que parece favorecer una candidatura se pierde de vista el bosque al concentrarse en el árbol de la discordia y la división.
Los tiempos de las rupturas estratégicas están aún lejos y la narrativa de una reconciliación no está en la hoja de ruta presidencial. La apuesta es reventar a los adversarios domésticos quizá para alimentar ese relato dicotómico de los proyectos de cara a la elección de 2024. Todo o nada, conmigo o contra mí, buenos y malos, etc.
Y las malas noticias no cesan en la burbuja cuatroté —continúan las señales bilaterales en la agenda de seguridad y energética— y la reforma electoral será planteada hasta el próximo año, los desencuentros internos y la masiva participación de la sociedad civil en la marcha en defensa del INE significó el punto de inflexión que tanto ha irritado el ánimo en los pasillos del palacio.
La transformación enmarcada en el anunciado humanismo de López Obrador aglutina todo lo contrario a esa teoría filosófica de respeto y tolerancia; la descalificación, la violencia verbal, la división, el rencor, la venganza y el encono.
A cuatro años de gobierno el nacionalismo ramplón de la cuatroté y los abrazos a las organizaciones criminales serían innegablemente, interesantes casos de estudio “humanísticos”. ¿No cree?
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