Mientras en países culturalmente anglosajones cada vez es menor la tendencia a tener policías de corte militar, en los de cultura latina sucede todo lo contrario. En México el papel de nuestras fuerzas armadas ha ido en ascenso para la definición e instrumentación de las políticas de seguridad nacional y de seguridad pública.
Ello ha prendido las alertas en organismos internacionales sobre el uso legítimo de la fuerza y los derechos humanos .
Como consecuencia de los procesos de integración económica regional y de la globalización, el país se encuentra inmerso materialmente dentro de los intereses geoestratégicos de los Estados Unidos. Sin embargo uno de los ejes de la estrategia estadunidense basada en ampliar la comunidad de democracias de mercado conteniendo y disuadiendo el rango de amenazas a su nación, intereses y aliados ha venido sufriendo una transformación a partir de la llegada de López Obrador a la Presidencia.
Las consecuencias de los abrazos presidenciales a las organizaciones criminales están a la vista. La violencia no se detiene y se expande la impunidad de los narcointereses a regiones enteras. La postura y la capacidad del modelo Guardia Nacional prometido y cacareado es un absoluto fracaso. Híbrido en su doctrina, desordenado en su organigrama, ineficaz en su actuación y sin un sólido liderazgo, se pretende que este mosaico de elementos mantenga un crecimiento progresivo para alcanzar en 2024 la integración de 200 mil elementos. La reforma anunciada —que sigue sin discutirse ni aprobarse— por López Obrador para enviar a la Sedena este grupo es sólo una formalidad que exhibirá nuevamente en los hechos la flexibilidad de la palabra presidencial.
Ésa que es punta de lanza generadora de incertidumbre y desconfianza.
La Guardia Nacional de facto obedece al mando militar en la Sedena y no al mando civil de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana. Algunos de sus procedimientos de actuación “policial” han estado en el epicentro del escándalo, el más reciente ocurrido en Guanajuato donde elementos de la Guardia Nacional —según versiones oficiales— dispararon contra un estudiante, lesionando a otros en un operativo contra el robo de combustible, ocasionándole la muerte.
La indignación, impotencia y rabia ha inundado las calles sin que haya habido un manotazo impecable para deslindar responsabilidades en este caso que puede ir in crescendo en una coyuntura poco favorable para el régimen.
La mayoría de los controles civiles objetivos y subjetivos se encuentran en crisis debido a la ligereza, improvisación y desorden de la mentada transformación. Difícil será en el 2024 y dada la situación de la (pesadilla) realidad mexicana, que se dé un rápido, eficaz e impecable regreso de los militares a los cuarteles. El asunto gira más bien en la imagen y percepción de una Guardia Nacional cuyo reclutamiento, protocolos de actuación y procesos de administración son discrecionales, ineficaces y opacos.
Sin orden hay desorden, ya lo deberían saber los mandos castrenses distraídos algunos con las mieles del poder.
El orden, la transparencia y la rendición de cuentas son elementos fundamentales en cualquier régimen democrático, asumir que el futuro no los alcanzará conlleva una dosis de soberbia e insensatez. Y en esta coyuntura mundial los excesos y atropellos sobre la actuación de los militares tarde o temprano pasarán por la aduana. Asombra que no se analice la complejidad del escenario donde la imagen de esta cuatroté va en franco declive y con abundante presencia militar más allá de zonas de conflicto.
México es de suma importancia como puente con América Latina para la integración económica y comercial, pero también para la integración militar hemisférica coadyuvando a encarar las amenazas regionales ante las cuales este modelo cuatroté es obsoleto , disfuncional, ineficaz y desordenado.