En diciembre de 2019 el presidente López Obrador aseguraba que no había que tenerle mucho apego al poder y que “no va a haber reelección porque yo soy maderista, sufragio efectivo, no reelección..” pero incluso fue más allá al exhortar a los militantes de Morena que debería respetarse ese principio democrático. Algo debió modificar su visión hacia ese inamovible principio democrático maderista que dice emular con fervor.

Porque 90 días después el sólido principio democrático mostró una tener una flexibilidad asombrosa. En 2014 los legisladores aprobaron la reforma política con la cual se permitía la reelección de diputados locales y federales, pero faltaba reglamentar el proceso en la legislación secundaria. Con la irrupción global del virus SARS-COV-2 el 11 de marzo de 2020 la OMS calificó como pandemia el brote del coronavirus emitiendo una serie de medidas que terminarían confinando al mundo y prohibiendo cualquier interacción social . Es por demás evidente que la cuatroté no hizo prospectiva estratégica ni esbozos de pensamiento predictivo determinista sobre el futuro de la pandemia en el país.

México continúa 12 meses después en la primera ola de contagios sin aplanar curvas, sin modelos Centinelas, sin semáforos creíbles y con el “zar” encargado de la exitosa estrategia, contagiado y pavoneándose en las calles dizque recuperándose de síntomas post-covid19. Con una aterradora cifra acercándose a los 200 mil muertos, un proceso lento y asimétrico en la vacunación masiva con evidentes tintes electorales donde Iztapalapa , foco de contagios y decesos, brilla por su ausencia en el esquema de inoculación.

Dicho lo anterior, ¿cuál pudo ser el acontecimiento por el cual fue tirado a la basura el principio democrático de la no reelección en el que se enrolla(ba) el Ejecutivo? Sin lugar a dudas lo que encendió las alertas en el olfato político de López Obrador fue la marcha del 8 de marzo de 2020. Cuando una descomunal ola morada femenina avanzó por las calles de la Ciudad de México acompañada a ratos por hermosas jacarandas y cientos de frases en pancartas con nombres de víctimas de feminicidio. Miles de mujeres de varios estados del país en una manifestación nutrida de enormes contingentes marcharon y alzaron la voz. La asombrosa imagen debió detonarle recuerdos a López Obrador, experto en la movilización en las calles y la protesta social. Su llegada a la Presidencia de México es gracias a la misma y al voto de castigo contra el PRI. Esa marcha de mujeres y sus derivaciones sociales y políticas alertó al círculo de poder morenista convirtiéndola en una amenaza creíble. Por ello 10 días después los diputados aprobaban “fast track” una serie de reformas, al inicio de una crisis sanitaria, para instrumentalizar la reelección de legisladores de ambas Cámaras, alcaldes y presidentes municipales. El 18 de marzo en un recinto semivacío la aplanadora morena cumplió la instrucción presidencial a cambio de lealtad absoluta. La única manera de proteger la (desastrosa) gestión del gobierno y consolidar la transformación sería contar con un rebaño obediente en el Legislativo para pasar leyes e iniciativas sin “quitar una coma”. La negociación fue clara, reelección por (reforma fiscal) votos y al diablo Madero.

Eso explica una parte del desdén presidencial y la permanente descalificación de un movimiento que asegura está manipulado reflejando, entre otras cosas una personalidad narcisista y muy poca empatía por el dolor de mujeres acosadas y violentadas todos los días en su administración. Sin embargo, la dimensión social de su manipulación debe examinarse en términos de abuso de poder al tener acceso preferencial al discurso público mañanero que manipula a grupos políticos y funcionarios a favor de su interés y en contra del interés de las víctimas. El grave riesgo de no calcular la profundidad del conflicto entre Morena y el movimiento feminista tendrá costos exponenciales pese a que en Guerrero “habemus bovem”.

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