Las narrativas ayudan a establecer coherencia entre las identidades y experiencias individuales y colectivas. La narración constituye una forma omnipresente en el discurso social y tiene un lugar destacado en la formación del discurso político del presidente López Obrador donde aquél ha sido punta de lanza para la difusión de la ideología morena a través de la propaganda envuelta en la cobija de los mil y un distractores.
Las semanas corren y el ambiente político no da visos de distenderse, al contrario, la apuesta en el palacio parece apuntar a que la tensión reviente y puedan justificarse más acciones contra todos aquellos que son etiquetados como adversarios o enemigos del régimen.
Y en esta esfera se mezclan actores internacionales y nacionales. Sin tamiz alguno. La crítica no es bienvenida y la autocrítica es inexistente. En el discurso oficial opera el mito entendido como relato sobre ese nefasto tiempo pasado que mantiene una eficacia permanente en las aguas morenas y dota de sentido y emotividad al tiempo presente y futuro.
Mientras regiones enteras en México se baten en violencia y sangre, en la mañanera se debate el arte de la provocación y la distracción; el asesinato de periodistas debería ser un escándalo y una verguënza el horror de la impunidad que se normaliza.
Se alzan las voces internacionales para señalar el acoso y el peligro latente contra la libertad de expresión y en el palacio se (mal)escribe con la tinta del rencor. Lo que se pasa por alto, se simula o minimiza es la construcción de una narrativa que traspasa fronteras donde el desorden, la ineficacia, la desconfianza y la omisión son protagonistas en esta cuatroté.
Ya son rutinarias las visitas de altos funcionarios estadounidenses y el marcaje personal hacia el gobierno en áreas estratégicas.
El evidente fracaso de los abrazos es uno de los ingredientes que han desencadenado las alertas y los señalamientos puntuales y precisos sobre el actuar del gobierno mexicano en muchos rubros, pero el tema de los ¡ocho! periodistas asesinados en lo que va del año es asunto que ocupa y preocupa mientras desde el micrófono mañanero se continúa instigando y construyendo una frontera antagónica entre los “amigos” y “enemigos” del pueblo.
Sin embargo, la presente coyuntura no abre espacios para el consenso sino para el disenso y en esa vorágine el crimen organizado instala su narrativa y sus intereses que oscilan entre el poder político y el económico. De nada sirve el despliegue de miles de militares sin estrategia si el infierno se ha establecido en Michoacán, Guerrero, Colima, Zacatecas, Sonora, Tamaulipas, etc.
Tiempos aciagos y vientos enrarecidos soplan en territorio nacional. Los mensajes bilaterales que denotan inquietud son bastante visibles. El embajador estadounidense Ken Salazar —cuya agenda es bastante amplia y mediática en redes sociales— soltó hace unos días un mensaje donde expresa el apoyo firme de Estados Unidos hacia los “valientes periodistas mexicanos que defienden la democracia y la libertad de prensa”.
Esa frase destacando ambos conceptos debería encender algunos focos rojos en la burbuja palaciega por quién es el emisor y su connotación en el contexto actual.
Las incontables señales y mensajes directos del gobierno estadounidense exhiben una escalada en la desconfianza y la inquietud ante la transformación, pero de la estructura discursiva presidencial y sus consecuencias.
Todo mezclado en el batidero en que se ha convertido la arena política donde cada vez más se reduce el espacio para la reconciliación, la tolerancia y la mesura.
Twitter: @GomezZalce