En México durante las últimas décadas se ha mitificado la corrupción como algo fuera de control sobre todo frente a los recurrentes escándalos que involucran a personalidades políticas. No obstante el mantra del habitante de palacio ha sido siempre un combate frontal a la misma argumentando que su cuatroté no es igual a “los de antes”, algunos datos empiezan a mostrar que el piso de la cacareada transformación comienza a pudrirse por ambiciones personales de funcionarios públicos. La corrupción es ya un mal que se anida, con diversos matices, en algunos despachos de la presente administración que presumía un manto moralino y de profundas raíces éticas.

El aumento y la persistencia de antivalores en el seno de la función pública actúan cual virus que enferma al cuerpo (desgastado) de este gobierno y sus instituciones. Es la corrupción la que se convierte, por excelencia, en el referente empírico de la enfermedad pública.

La administración de López Obrador debe estar empezando a presentar un cuadro con síntomas de este mal que está preocupando a nuestras fuerzas armadas, sólo así se explica que desde el patio del Museo Naval en el centro del Puerto de Veracruz hace unos días, el almirante secretario de Marina, Rafael Ojeda Durán, haya roto públicamente ese pacto de reglas no escritas entre militares y civiles sobre la esfera política.

De frente al Ejecutivo el alto mando naval espetó que “ México carece de servidores públicos honestos; por eso tenemos este problema de alta corrupción”. El duro mensaje puede ser interpretado de muchas maneras pero hubo destinatarios del mismo que debieron acusar recibo. El señalamiento no es menor ni viene de cualquier funcionario, es el mismo secretario de Marina quien avienta semejante piedra y no esconde la mano.

Sin embargo, generalizar que no hay funcionarios públicos honestos en el país es un despropósito que no fue atajado o matizado con el pétalo de una declaración presidencial. Quizá López Obrador y su círculo de cortesanos aspiracionistas no dimensionen el efecto dominó de esa denuncia que mancha el plumaje del palacio.

En ese contexto se da el anuncio de López Obrador que la secretaría de Marina construirá terminales turísticas para cruceros, faltaba más. En su hoja de ruta de la desmovilización activa y atomizar a nuestras fuerzas armadas en labores civiles, el Ejecutivo tensa otro poco más la relación civil-militar. El olfato presidencial falla al no comprender las consecuencias de otorgar tantas responsabilidades civiles a los militares con arcas llenas de recursos públicos.

No debe olvidarse que la corrupción política es uno de los fenómenos que afecta directa y sustancialmente a la legitimidad y a la confianza en las instituciones. Posiblemente en un futuro no lejano el almirante Ojeda ponga nombre y apellidos de los funcionarios públicos que él sabe, y muy bien, están en la fila de la morena deshonestidad.

“Hay que barrer las escaleras de arriba a abajo” sostenía el presidente. Pues al parecer eso no está funcionando con los de casa porque hay varios atascados en algún escalón hasta que la Historia —ésa que les encanta tergiversar y deformar según el script de la narrativa — los alcance e irremediablemente haga implosión al mantener por el constante conflicto por el poder.

POR LA MIRILLA

1. El tercer repunte de contagios está fuera de control y sin estrategia alguna. Siguen sin alcanzar los distractores del desastre sanitario y del desdén presidencial de destinar recursos para una vacunación masiva. El horror.

2. 50 mmdp para los abrazos de la Guardia Nacional. Hay prioridades.

@GomezZalce

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