El espacio político se ha visto siempre como una esfera especialmente propicia para la mendacidad, la hipocresía y la simulación. La doble conciencia sólo emerge en situaciones de crisis por lo que se produce una situación de ruptura con las evidencias dóxicas.
El presidente resbala en el suelo enjabonado verde olivo no sólo por su errónea política de empoderamiento militar en labores civiles vulnerando un antiguo pacto no escrito, sino al pretender hacer un control de daños del escándalo en ciernes por la detención del exsecretario de la Defensa Nacional, el general Salvador Cienfuegos. La errática, contradictoria retórica y doble rasero presidencial para encarar la crisis en la esfera castrense —opuesta al trato dispensado con la extinta Policía Federal y el arresto de su ex titular Genaro García Luna— se disparó al anunciar visiblemente desencajado que su gobierno no fue notificado previamente de la detención, pero que tuvo conocimiento 15 días antes, a través de información proporcionada por la embajada de México en Washington, de una investigación en curso contra el general exsecretario. Sin embargo los otros datos judiciales estadounidenses establecen una orden de aprehensión girada desde el 14 de agosto de 2019 lo que exhibe la politización (electoral) de la justicia allá y un espejismo de la confianza acá.
López Obrador sin medir las secuelas de su incontinencia verbal y su rencor al pasado ignorando que no hay un antes y un después en la existencia de la institución armada, desencadenó molestia —la misma que recorre hace meses el círculo militar— y una ola de desconfianza interna donde pocos días antes circulaba el rumor de dicha investigación.
Al poner en el banquillo de los acusados al general exsecretario, México entra a una nueva forma de certificación.
El juicio cuestionará la cadena de mando militar cómplice en los graves delitos imputados que trastocarán a la Guardia Nacional, funcionarios federales, estatales, municipales y círculos empresariales. Y de paso Estados Unidos envía un poderoso mensaje para la actual administración sobre las consecuencias de seguir coqueteando con el crimen organizado.
Pretender minimizar el daño a nuestra soberanía y al andamiaje institucional castrense es ignorar la realidad en dos vertientes: Una evidenciar los tentáculos de la corrupción por años en el combate al narcotráfico y en segundo lugar los desacuerdos que irán emergiendo alrededor del “affaire” Cienfuegos entre la vasta cúpula verde olivo y los civiles en Palacio Nacional.
El presidente ha tomado la audaz decisión en erigirse único vocero en este asunto por lo tanto deberá prepararse para un periodo de vocería muy largo que lo llevará a un irremediable desgaste con el gobierno estadounidense republicano —con el cual ha sido vergonzosamente pusilánime y genuflexo— o demócrata, y a un flanco abierto in situ con la institución castrense.
De tal manera que sin pretender agotar las tensiones existentes, es pertinente vincular a las mismas con la tensión bilateral adicional que generará la dualidad presidencial de ser “vocero” del cuestionamiento al rol del Ejército en materia del combate al narcotráfico y ser Jefe del Estado mexicano.
La coyuntura del caso Cienfuegos de no ser bien manejada, en medio de un periodo de altísima violencia, del empoderamiento militar en la 4T y el evidente fracaso de los abrazos en la política de seguridad, puede llevar a una ruta interna de desestabilización insospechada.
Y ese contexto abre muchas, muchas puertas.
@GomezZalce