La situación actual del país en materia de seguridad se encuentra en un punto de inflexión en varias regiones. Una serie de factores internos como pobreza, fracturas sociales, institucionalidad endeble, y por supuesto, corrupción, están alterando el statu quo y generan problemas de gobernabilidad que se caracetrizan por arrastrar a las sociedades a periodos de violencia, incertidumbre y muerte. De ahí que se fortalezcan fenómenos asociados al terrorismo, a las actividades ilícitas y al narcotráfico y se zanjen luchas que terminan socavando la capacidad del Estado. Esta disputa constante que México ha vivido por décadas se ha exponenciado en una espiral fuera de control en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
Además de la falta de instituciones gubernamentales eficaces, la ausencia temporal o permanente de control dentro un territorio, la incapacidad para ejercer el monopolio del uso legítimo de la fuerza, la inhabilidad para gobernar y mantener un mínimo nivel de cohesión social e identificación de los ciudadanos con el Estado, están propiciando un desequilibrio donde actores no estatales y organizaciones criminales están arrodillando y secuestrando al Estado mexicano.
Negar con justificaciones pedestres, distraer y lanzar estulta propaganda desde un púlpito mañanero donde se arremete y se persigue a todos los que disienten de un régimen que con omisiones y bajo el lema de abrazos no balazos concede tácitamente permiso para que el crimen organizado intervenga en elecciones y en la vida diaria de regiones enteras humillando a autoridades federales y locales, es una ruta en la que todos pierden.
Hay una percepción —término que se entiende a la perfección en el palacio aspiracionista— de que la cuatroté danza en la frontera de lo fallido y su debilidad al no enfrentar con eficacia y contundencia actividades criminales se está corriendo un enorme riesgo de que México se convierta en paraíso del crimen trasnacional organizado. Las señales y alertas del gobierno estadounidense han sido constantes y se acrecentaron previo, durante y después de la jornada electoral.
Tal caos en la vida nacional está dando vida al fenómeno denominado “vacío de poder” que hace referencia a la ausencia de cualquier fuente de autoridad y/o estructura de mando en un espacio micro-político donde operan estructuras conflictivas o en abierta competencia. El término es utilizado en asuntos de seguridad y geopolítica para describir la falta de control que existe cuando se producen cambios de autoridad, que justificadas a partir de la incompetencia institucional y la ausencia de una figura lo suficientemente fuerte se convierten en la antesala del vacío de poder.
El presidente está concentrado en los pleitos morenos intestinos, contra sus adversarios políticos, en lamentos y excusas por la estrepitosa derrota electoral en la CDMX e imponiendo su mando vertical e incuestionable.
Este caos, descoordinación institucional y desorden no está pasando desapercibido y se convierte en botín para organizaciones delictivas, y esta dinámica de medición de fuerzas está generando una guerra interna que mina la capacidad del Estado debilitando su legitimidad a nivel local y su posicionamiento a nivel internacional. No son cuestiones menores la participación de los cárteles en el pasado proceso electoral y las masacres y violencia contra población civil en actos indiscutibles de terrorismo doméstico.
La coyuntura social, sanitaria, económica y política no favorece a este gobierno. Es innegable que se endurecerán las posturas en medio de la temprana lucha sucesoria y se formarán bloques dentro de Morena que impactarán la vida política e institucional. López Obrador debe serenarse y evitar la construcción de narrativas alusivas al fascismo antes de que algún evento pueda convertirse en un peligroso catalizador.
@GomezZalce