La conferencia mañanera del presidente Andrés Manuel López Obrador se ha convertido en el lugar privilegiado para comprender y/o descifrar una especie de (sub)cultura política. Los últimos tres años ese espacio ha ocupado un lugar crucial para ritos, propaganda y el establecimiento de la agenda. Es el sitio en el palacio responsable de una “ritualización cuatroté” potencialmente disruptora en el orden político-social pero igualmente en el gabinete presidencial. En la esfera del poder están los hombres y mujeres del sistema y los de la confianza del presidente y de su equipo directo, todos ellos cada mañana deben enterarse de planes, fobias, instrucciones y anuncios. La catarsis que producen los señalamientos o comentarios del Ejecutivo es un espectáculo que revela el fenómeno con elocuencia.
Ahí donde se habló de las “corcholatas” que fueron destapadas en una sucesión adelantada con los dados cargados, la actual coyuntura se perfila como el comienzo de un periodo especialmente delicado para el sistema, que además hace tiempo cruje por una acelerada —y en muchos casos desordenada— transformación transversal.
En la hoja de ruta de López Obrador la paciencia juega un rol fundamental. La caída de Santiago Nieto debe ser vista con ese cristal. El evento social de su enlace matrimonial fue el que cayó como anillo al dedo presidencial; el extitular de la UIF no leyó las señales del frío palaciego y las disputas internas hace meses. Lo que llama la atención no es el coro de aplausos por la salida de un funcionario eficiente, sino por el nombramiento encabezado por el secretario de Gobernación a Pablo Gómez, exlegislador aguerrido y talentoso con una larguísima trayectoria en la esfera político social.
La notable ausencia del secretario de Hacienda y el atropello al protocolo legislativo que debe ratificar a Gómez Álvarez como titular del organismo financiero, no abonan a su nueva encomienda.
El fondo es el manotazo presidencial desde el micrófono mañanero y al diablo las formas. Nuevamente las ondas expansivas golpearon los cimientos cuarteados de la administración. El poder de López Obrador puede ser incuestionable, mas el control de López Obrador empieza a ser cuestionable. Y a medida que pase el tiempo no podrá contener la ebullición que trastoca cada sexenio los aires de la sucesión. Esa misma que contagia ánimos y empodera agendas.
La fiebre de la encuestitis previo a procesos electorales parece haber contaminado la esfera verde olivo donde, a decir de algunos, se respiran aires sobrados de arrogancia al saberse cobijados por el manto presidencial. Trascendió que la Sedena contratará un servicio de encuestas, de cobertura nacional para medir los niveles de confianza, cercanía y respeto que tienen nuestras fuerzas armadas en comparación con el presidente López Obrador y en una segunda etapa con otros actores como la iniciativa privada, partidos políticos, Poder legislativo y judicial y los medios de comunicación.
¿Será que en el proceso de su desmovilización —vista como deconstrucción de la institución castrense— se asumen abiertamente como un factor de poder y no basta con los resultados de diversas mediciones de organismos académicos o públicos autónomos que evalúan su imagen y los niveles de confianza ciudadana? El ejercicio se llevará a cabo durante el 2022 en las 32 entidades y las 11 Regiones Militares.
Ello en la coyuntura de sus resultados en labores civiles, en la ebullición electoral y en la arena legislativa de las Reformas.
El fondo de estas formas está delineando el marco para escenarios de prospectiva estratégica. El análisis de la ambigüedad, la simulación y la interpretación de todo este conjunto de efectos en la era cuatroté, serán piedras angulares en el contexto político-social a partir del 2023.