El 2020 ha puesto a la humanidad en un punto de inflexión. Exacerbada por una pandemia , la experiencia colectiva debe servir para provocar una reflexión global sobre el futuro para la conducción de una sociedad del conocimiento pero manteniendo siempre una perspectiva empática sobre las necesidades de todos. La crisis mundial reflejada en varias esferas por el virus SARS-CoV-2 no será la última, de hecho las enfermedades han sido potentes palancas de cambio histórico. El sismo de la pandemia ha exhibido como nunca antes la capacidad de todos los gobiernos en el manejo de la crisis y en el control de daños de la misma.

México ha estado en los últimos lugares de ese trágico medallero mundial. Con un gobierno improvisado y descoordinado a pesar de haber tenido la oportunidad de estudiar y analizar las medidas y la hoja de ruta aplicadas por países europeos y asiáticos, nunca pudo remontarse la primera ola de contagio. Nueve meses después el país sigue sumido en ellos con más de 120 mil muertos. No causa sorpresa que ante esto el presidente López Obrador continúe con la politización del cubrebocas, el espejismo y el show de 3 mil vacunas.

Y que siga con la narrativa distractora—ahora satanizando una alianza opositora con el pedestre argumento de que “quieren robarse el dinero de los pobres”—y en los meses que vienen descongelar investigaciones para administrarlas de cara a la elección del 2021. Método utilizado por el partido en el poder durante décadas. Nada ha cambiado y sí, en eso son iguales. Mismo infierno, diferente diablo.

Sin embargo en la actual coyuntura la pandemia jugará un rol estelar. La experiencia traumática para millones de mexicanos que resintieron la negligencia de un gobierno—federal y local-- temeroso, mediocre y gris sin la planeación suficiente para estimular y proteger la economía familiar. Encima de la tristeza por la pérdida de seres queridos, responsabilidad del pésimo manejo de la crisis sanitaria, el fantasma del fin de la normalidad acompañará a los mexicanos bien entrado el 2021. La llegada de la vacuna, que no deja de ser un importante logro de todo el equipo de la cancillería—que nadie se cuelgue medallas ajenas--, no significa que la crisis ha terminado.

Es más bien un disparo de luz en la oscuridad del túnel. El camino es aún muy largo para México. La logística, el plan integral de vacunación, la llegada de otras vacunas al mercado, el control epidemiológico y todo lo que abarca el contexto sanitario del covid19 es el mayor reto de esta cuatroté cuyo porcentaje de bateo (lenguaje estadístico del deporte presidencial favorito) ha sido malo, pobre y deficiente.

La implementación de los audaces planes transformadores raya, a dos años, en el fracaso. Y ante esto la precipitada entrada de los militares al campo para resolver las enormes deficiencias, incompetencia e ineficacia del equipo en el gabinete civil .

El resultado de las ocurrencias presidenciales tendrá un alto costo para nuestras fuerzas armadas en el mediano plazo. Y para la rendición de cuentas. Para la transparencia. Pero también para la relación civil-militar.

La crisis del coronavirus entrañará una pérdida de confianza.

El país se encuentra ante un cambio de paradigma social abriendo la posibilidad de protagonizar uno articulado por la racionalidad sin olvidar las necesidades de todos y construido sobre un conocimiento verdaderamente holístico. Ello sería un buen inicio de otra transformación.

¿Bienvenido el 2021?

POR LA MIRILLA

Habemus post-Brexit entre Reino Unido y la Unión Europea.

Joe Biden anunció que sus primeros 100 días el uso del cubrebocas será obligatorio. La narrativa entre México y Estados Unidos en medio de la vacunación contra el covid19 empezará a tener enormes contrastes.

Felices fiestas.

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