En mi anterior artículo, cuestionaba dónde nos encontramos los mexicanos, refiriéndome a quienes pueden conducir el destino de las instituciones para llevarlas a un nivel superior, o bien, cambiar la trayectoria en aquellas donde se acusa franco descenso. Al respecto, debo decir que estoy habituado a plantear el problema con su posible solución y, como lo será también en este caso, señalo las exigencias fundamentales para el funcionamiento de las dependencias del servicio público.
El líder es responsable al encabezar o presidir cualquier grupo de trabajo sin distinción de su tamaño o magnitud. Alguna vez, aprendí de funcionarios notables, una lección acerca de los encomios y cómo acogerlos. Recuerdo cuando, al momento de elogiar a uno de ellos por sus no pocos éxitos, recibí en respuesta: “Acepto la felicitación, don Manuel, pero sólo por tener la posibilidad de contar a mi lado con las mejores personas. Son los auténticos merecedores del aplauso”, sentenció.
En el caso de la Administración Pública, federal, estatal o municipal; efectivamente, cualquier organismo requiere de la persona idónea para su conducción y, de ser posible, la mejor del medio. Secretaria o secretario, directora o director, no pueden improvisarse.
Quien lidera, además de servir de ejemplo, día a día ha de reconocer bondades y beneficios en quienes le apoyan; no obstante, a la par, corregirá fallas y desviaciones, propondrá medidas correctivas y preventivas, separando de inmediato de proyectos e incluso funciones, a quienes no han cumplido con los lineamientos institucionales acordes a su competencia.
Concordamos sin duda con el impulsor del concepto de liderazgo, Max Weber, quien insiste en la obligación de la identificación con la ciudadanía comprendiendo sus demandas, a fin de que los líderes se conviertan en representantes auténticos y asuman la responsabilidad.
Es obligado para el líder incorporar rasgos, modales y estilo, de acuerdo con sus características y personalidad carismática; todo ello permitiéndole ejercer especial atracción entre individuos o la multitud. Ha de dominar su esfera emocional con absoluto control, en adición a la confianza, seguridad, solidez y firmeza; siempre en función de que su palabra y conducta resulten altamente persuasivos.
Weber insiste en que al carisma se debe sumar necesariamente la eficiencia; es decir, la capacidad para emprender y ejecutar innumerables acciones con plena satisfacción, así como consumar metas y superar expectativas. De estas personalidades o líderes, los ciudadanos pretendemos seleccionar, a quienes llegarán a ser dirigentes, gerentes, administradores; funcionarios honestos e innovadores, incapaces de modificar su compromiso a menos que sea para sostener la marcha al servicio de la sociedad.
El líder puede comunicarse y dirigirse hacia los ciudadanos que buscan cambios. Sus recursos para discurrir, dialogar, acudir a la retórica y alcanzar el convencimiento, han de revelar el camino a lo nuevo, a través de mensajes contundentes, inspiradores, propios para motivar y despertar la reflexión. Sólo así, el líder visionario muta en un emprendedor relevante, explorador que invita a la aventura y ofrece a la sociedad la oportunidad de abrirse paso con rumbo a nuevos horizontes.
Podríamos continuar conceptualizando al liderazgo y describiendo a quienes en el espacio de dirección se desenvuelven; sin embargo, para el líder, el poder no debe significar la cumbre de sus objetivos. Ha de contar con la sólida inteligencia para emprender acciones y convencer a sus destinatarios.
Hasta ahora, concebimos al liderazgo como el puntal obligado de las instituciones y, en su caso, a la persona responsable de desempeñar funciones y procesos en cualquier área; siempre con definido propósito y disponiendo del talento humano que apoya en toda estructura orgánica.
En este artículo, aun cuando aparecen verdades que en repetidas ocasiones se han mencionado y son ampliamente conocidas, observamos la necesidad insoslayable de aplicar el concepto de liderazgo. De no tomarse en cuenta éste y otros principios fundamentales, la Administración Pública en México, tanto federal como estatal y municipal, mostrará un decaimiento funcional capaz de arrastrar hacia circunstancias y situaciones críticas a nuestro país. Precisa, ahora más que nunca, hacerlo.
Excomisionado nacional de Seguridad y excomisionado nacional contra las Adicciones.