Los ciudadanos escuchamos, leemos o experimentamos la violencia de manera constante. Hoy es quizá el término más referido en las conversaciones y nos lleva a ingresar día a día en una atmósfera de angustia y mortificación, miedo o terror; produciendo en múltiples casos afectaciones en nuestro diario vivir, en nuestras familias y en nuestros conciudadanos.

Como fenómeno social delictivo, la violencia está presente en México desde hace algunos lustros y pareciera haber ampliado su vigencia y extensión en estados y municipios, en colonias, manzanas y calles; lo mismo en zonas urbanas que rurales. Golpea tanto a las clases privilegiadas como a las menesterosas, es decir, no escapa ningún segmento poblacional. La observamos lastimar a niños, adolescentes, jóvenes, adultos y mayores e infortunadamente, en ocasiones, ha tomado a la mujer como su objetivo singular.

Con el fin de acotar el tema abordado en este artículo recupero parte de algunas definiciones. Violencia, por su etimología latina, violentia significa “el que actúa con mucha fuerza”. Luego, de acuerdo con la Real Academia Española (RAE), el vocablo alude al uso de la fuerza en el campo físico o emocional y que se da en la esfera de la falsedad, de lo torcido o fuera de lo natural. Otras acepciones incorporan, además, a las formas de tortura, los tratos crueles y los castigos físicos; todo con el propósito de causar dolor.

El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) la describe dentro del campo de la violencia mental como el maltrato, abuso o agresión verbal, y aun cuando esta institución radica sus comentarios hacia la infancia, los mismos efectos o circunstancias se pueden apreciar en la juventud y la tercera edad.

Consideremos ahora a través de un ejercicio de observación lo que sucede en México. Creo que en nuestro campo de conocimiento impera la sensación preocupante e incluso grave, emanada de la información difundida todos los días, sobre la violencia que escala y aumenta en diversidad de lugares, con formas y consecuencias de su presencia.

A guisa de reflexión, apunto algunos cursos de actuación que se podrían aplicar para aminorar su prevalencia o sus efectos. Ubico la primera como la consecuencia de la comisión de los delitos del fuero común, aquellos que manifiestan su impacto en hogares, comercios de todo tipo, vehículos, centros de trabajo, en las calles, las carreteras y tantos otros sitios y locales de amplia afluencia pública. En estos delitos se incluyen: los robos a casas, negocios, transeúntes, transportes, etcétera. Estos ilícitos se hallan relacionados a la extorsión, el cobro del uso de piso, el secuestro, el narcomenudeo, el lenocinio, la corrupción de menores y la trata de personas. El robo es el principal elemento motivador en este comportamiento del delincuente, acto que anteriormente se perpetraba sin causar daños y que, sin embargo, hoy es frecuente se acompañe con la acción violenta que humilla, hiere o mata a las víctimas.

Por otra parte, estos hechos se potencian cuando se acompañan de la ingesta de bebidas alcohólicas o alguna otra droga con poder psicoactivo, sustancias que vinculadas a la práctica del delito aumentan el nivel de agresión y sus consecuencias.

Sugerimos, una vez más, crear o fortalecer las policías municipales que hoy escasamente existen. Hemos insistido en la importancia de sumar a las alcaldías en el gran esfuerzo de seleccionar, capacitar y conducir a sus cuerpos de seguridad. Estos grupos, tan marginados, ya han demostrado su conducencia y buena respuesta en términos de eficiencia, de cercanía con la sociedad y de honestidad. Protesto que ¡sí se puede!

Considero, y lo expongo una vez más, que la ahora actuante Guardia Nacional, se vería francamente apoyada con los elementos de seguridad de municipios y alcaldías, toda vez que sus actividades entre ambas fuerzas, habrían de diferenciarse y precisarse con esmero.

Otra acción que propongo se implemente corresponde a la elaboración de lo que en el Método Científico se conoce como Diagnóstico. No podemos actuar sin tener un claro panorama del fenómeno delictivo al que nos enfrentamos: dónde se lleva a cabo, quiénes lo perpetran y tantos otros informes que ayudarán a contrarrestar con talento la actuación opositora.

Al igual, estos datos permitirán conocer de mafias de alto nivel criminal, así como de otros grupos surgidos de ellas o independientes, los que aun siendo de menor calibre, no dejan de generar elevada violencia, a veces mayor a la que representan los grandes cárteles.

En el campo nuestro, el proceso al que me refiero lo conocemos con el estudio de diversa información a la que denominamos Inteligencia, aprovechando al muy calificado personal que labora en diversas instituciones y cuyas actividades bien dirigidas habrán de convertirse en indispensables.

En este orden de ideas, y traduciendo el pensamiento general, nos repetimos cuán difícil es para todos vivir y convivir en estas circunstancias. ¿Hasta cuándo la sociedad podrá tolerar esta realidad?

Excomisionado Nacional de Seguridad y excomisionado Nacional Contra las Adicciones.

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