En febrero de 2019 publiqué un artículo titulado “Presidente dogmático” donde cité al filósofo Francisco Ugarte quien nos dice: “que el dogmático cree que tiene la verdad absoluta por lo que sobre valora la capacidad de su inteligencia y se genera una exagerada seguridad subjetiva de estar siempre en la verdad”.
Lo anterior nos dice Ugarte, se traduce en una actitud de aferrarse, de forma irracional, a la supuesta verdad que él posee.
Después de 28 meses de gobierno de AMLO ya no hablamos de indicios en las actitudes presidenciales, sino que estamos seguros de que el presidente López es una persona dogmática que se aferra irracionalmente a su “verdad”, por eso él siempre tiene otros datos.
A la distorsión de su personalidad que representa el dogmatismo del presidente López Obrador tendríamos que agregarle una agravante de este, su maniqueísmo.
El maniqueo tiene una tendencia a reducir la realidad en una división que solo tiene 2 partes en oposición radical, los buenos y los malos. El problema con el maniqueísmo del Presidente es que, por supuesto “los buenos” son ellos, los de la 4T.
Todo esto ha dejado en evidencia una clara postura presidencial de “estás conmigo o estás contra mí”, lo que a su vez ha destruido la principal herramienta de la política, el diálogo.
En este gobierno de la autodenominada 4T no hay diálogo, solo existe el monólogo. No hay diálogo al interior de su gabinete, ni hay diálogo con la sociedad y los diferentes sectores. Y no puede existir diálogo porque para el dogmático y el maniqueo no tiene sentido el diálogo.
¿Qué sentido puede tener dialogar si yo tengo la verdad absoluta? ¿Qué razón puede motivar a dialogar con los malos? Mejor busco la aniquilación de quienes piensan diferente, de quienes disienten con mis propuestas, mejor busco destruir a mis adversarios.
Así hemos visto que en el gobierno de López Obrador ha cobrado carta de naturalización la polarización y la lucha de clases que es lo más antisolidario que existe para una nación con tanta desigualdad y tantas necesidades. Lo que menos necesita México es que se alimente el odio y el rencor social.
El diálogo es el instrumento esencial de la política y presupone que nadie tiene la brújula de la historia ni el monopolio de la verdad, y reconoce que todos, absolutamente todos, podemos y debemos aportar algo en la reconstrucción de nuestro país.
El diálogo acepta que las ideas y sentimientos de mi interlocutor tienen la misma importancia que damos a las nuestras, y que es por esto que el verdadero diálogo solo se da entre iguales.
El diálogo respeta la dignidad de las personas por eso se da sin prepotencia, sin pisar y sin ver hacia abajo; el diálogo es siempre mirándonos de frente y con sinceridad mutua.
El diálogo exige una actitud de apertura, abrir nuestra mente a lo que el otro tiene que decir; también demanda una actitud de búsqueda permanente por aprender y encontrar la verdad.
El acomplejado, sean sus complejos de superioridad o de inferioridad, no puede dialogar; y en la política, el diálogo es la herramienta principal para construir e integrar. Urge diálogo si queremos construir el México del siglo XXI.