El 3 de febrero dí una conferencia a un grupo de empresarios del noroeste del país llamado Foro Mar de Cortés.
Inicié haciendo unas preguntas ¿Qué nos pasó? ¿Cómo llegamos a esto y cuál es el aprendizaje para no repetirlo? Mi charla pretendió dar respuesta a estos cuestionamientos.
México vive una transición, misma que se caracteriza por pasar de un estado actual a uno futuro no definido, sino que se va definiendo sobre la marcha. Normalmente este proceso consiste en la ampliación de las libertades y la construcción de instituciones democráticas.
Las transiciones hacen que la gente se sienta en un ambiente inseguro, inestable y le da miedo, porque el pasado no termina de morir y el futuro no termina de nacer.
Las transiciones demandan de los ciudadanos participar en dos vertientes: una, la definición del futuro deseado; dos, la construcción del mismo.
¿Qué le pasó a la transición mexicana? ¡Se prolongó demasiado y se estancó! Algunos señalan que la transición inició en 1968, otros que en 1983, pero independientemente del origen, 50 o 35 años para una transición inconclusa son muchos años de incertidumbre.
La transición política pretendía una verdadera democracia, con división de poderes, rendición de cuentas e instituciones sólidas. La transición económica quería una economía social de mercado sin monopolios, con libre competencia, con estabilidad macro económica y financiera, y un sistema robusto de seguridad social para los trabajadores.
La transición social impulsaba la universalidad y la calidad de la educación y los servicios de salud, el desarrollo urbano con servicios públicos de calidad que elevaran la calidad de vida de los mexicanos.
La transición del estado de derecho buscaba seguridad, legalidad, procuración e impartición de justicia expedita, combate a la corrupción y a la impunidad.
El PRI siempre regateó la transición, se la tuvimos que arrancar en los 80´s y 90´s con la participación ciudadana bajo la tesis que “el gobierno solo actúa bajo presión.” Los pusilánimes del PAN en los inicios del siglo XXI no se atrevieron a impulsar la transición desde el poder por lo que la sociedad se replegó y la transición se estancó.
En 12 años de gobiernos federales panistas no hubo una cruzada contra la corrupción, ni se humanizó el sistema de salud pública. El PAN se corrompió y se mimetizó con el PRI, la partidocracia protegió sus intereses y se olvidaron de la gente.
La clase política además de corrupta se hizo cínica. Los políticos le dieron la espalda a sus responsabilidades como gobernantes y buscaron ser populares dando origen al populismo, que no es una ideología, ya que tenemos populistas de derecha y de izquierda, sino que se nutre de la demagogia y la mentira para manipular al pueblo.
Así regresó el PRI de Peña, insaciable, sin contrapesos, sin división de poderes, con una oposición destruida, con los medios de comunicación en crisis, el sector empresarial timorato y coludido con el poder, y creció la desigualdad social y el crimen organizado.
Llegamos a 2018 al borde de una revolución social, con la gente harta, pero ni los ricos ni los poderosos lo veían. La gente estaba harta de tanto abuso del poder, de tanta corrupción, de tanta soberbia y de tanto desprecio al pueblo.
Creyeron que no pasaba nada y sí pasó, ganó López Obrador y hoy mantiene 60% de aprobación de su gobierno.