En 2013, en el debut de gobierno de Peña Nieto, escribí un artículo titulado Petrobras donde explico los cambios en la estrategia, la administración y la capitalización que siguió la petrolera brasileña para dar pasos a la sustentabilidad y la rentabilidad.
Después, en 2019, ya en la administración lópezobradorista he publicado varios artículos donde he insistido en la necesidad de atender la crisis financiera de Pemex y cómo esta requiere enfrentarse desde la perspectiva de la eficiencia operativa, pero también desde la mejora de su estructura financiera, especialmente logrando su capitalización.
El punto de partida es su balance, activo igual a pasivo más capital, que nos ilustra una empresa totalmente descapitalizada y en quiebra técnica desde hace 6 años. El estado de situación financiera al 31 de dic/ 22 nos muestra un total de activos por 2.4 billones de pesos y un pasivo de 4.3 billones, lo que nos da un capital negativo o déficit de patrimonio por -1.9 billones de pesos.
Así, la petrolera mexicana no representa riqueza para el país sino una carga para las finanzas del gobierno. Pemex necesita urgentemente una capitalización, capital fresco, y el gobierno no puede dárselo, por lo que su “Dueño” tendrá que capitalizarlo con recursos privados sean estos nacionales o extranjeros. La capitalización de Pemex para salvarlo no es un tema ideológico, es aritmético y financiero.
También, debe modificarse el sistema fiscal en el que opera Pemex, con el objeto de que el gobierno federal no siga ordeñando las finanzas de la paraestatal y se le permita reinvertir sus utilidades y así capitalizar la petrolera mexicana, que está considerada como la más endeudada del mundo.
Pemex no sólo padece una grave crisis financiera, sino también una crisis operativa. La producción de crudo en 2022 fue de 1.6 millones de barriles diarios promedio, cuando la promesa de campaña de López Obrador era que la producción se aumentaría a 2.5 millones de barriles por día. La producción de las refinerías apenas alcanza el 50% de su capacidad instalada.
El pasado 14 de julio, Fitch Rating rebajó la calificación de Pemex a B+ (con perspectiva negativa) y, el 21 de julio, Moody´s modificó la perspectiva de estable a negativa.
Las calificadoras reconocen lo aquí mencionado y destacan que Pemex tiene vencimientos de deuda internacional por más de 15 mil millones de dólares en los próximos 18 meses, por lo que existe duda de que pueda cumplir con sus compromisos; y en el caso de refinanciarlos, le generará un mayor costo financiero por intereses.
Ambas evaluadoras expresan preocupación por el modelo de negocio seguido por la 4T y la falta de voluntad del gobierno para mejorar la estructura de capital de la empresa petrolera; Pemex necesita priorizar su inversión fortaleciendo su negocio más rentable que es la extracción de crudo; en refinación solo debió haber invertido en la modernización de las plantas ya existentes para elevar su eficiencia.
Pemex no necesita, en su grave crisis, de criterios ideológicos en su dirección, lo que requiere es una estrategia clara y congruente para salvarla.
El salvamento de Pemex no puede proyectarse desde la ideología y la política, sino que debe estructurarse desde la estrategia de negocios y las finanzas. Por la irresponsabilidad de López Obrador, Pemex será el mayor dolor de cabeza del próximo presidente.