“El presidente de México debe actuar como hombre de Estado, como estadista; no debe comportarse como jefe de partido, de facción o de grupo; el Presidente debe representar a todos los mexicanos, el presidente debe ser factor de concordia y de unidad nacional; el presidente no puede utilizar a las instituciones de manera facciosa ni para ayudar a los amigos, ni para destruir a sus adversarios.” Estas fueron las palabras que se escucha al entonces candidato López Obrador pronunciar en un mitin de cierre de campaña en el Zócalo capitalino con una cartelera gigante a sus espaldas que decía: “Vamos todos”.
Cómo no estar de acuerdo con este pronunciamiento si es el anhelo de muchos años, ya que históricamente ha prevalecido el espíritu de partido y de intereses personales por encima del interés nacional y el bien común en el ejercicio del poder en México.
Ha sido el ejercicio patrimonial del poder lo que ha permitido tanta corrupción y tanto abuso del poder, ya que se ejerce como si fueran dueños.
Cómo no coincidir con López Obrador cuando nos dice que el principal problema del país es la corrupción, sí la de arriba, la corrupción organizada.
Cómo no apoyar al ahora presidente López que, derivado de la lacerante desigualdad de nuestro país, “primero los pobres”.
Concordar con López Obrador en sus enunciados es muy fácil, tendría que ser un apátrida para no estar de acuerdo en que el presidente debe ser factor de concordia y unidad nacional y que no debe tener un ejercicio faccioso del poder; que debe combatirse la corrupción y que debe priorizarse la atención a los marginados del desarrollo y buscar cerrar la brecha de la desigualdad.
Con lo que no podemos coincidir con el ahora presidente es con sus actitudes y sus acciones.
Es imposible estar de acuerdo con el ahora inquilino de Palacio Nacional en su actitud demagógica, su incongruencia entre lo que dice y hace, su dogmatismo que lo lleva a creer que tiene el monopolio de la verdad, su manipulación y sus mentiras diarias, su perversidad, su deseo de venganza, su resentimiento social contra los ricos que lo lleva a promover la lucha de clases, su maniqueísmo que lo ha llevado a dividir a los mexicanos entre buenos y malos, donde los buenos son él y sus seguidores; en la supremacía moral que pregona y que sabemos que es falsa, y por consecuencia su hipocresía.
Tampoco es posible estar de acuerdo con el presidente cuando somete a consulta popular la aplicación de la ley y atenta contra el Estado de derecho, la confianza en el gobierno y las instituciones; cuando improvisa acciones de gobierno o programas sin análisis, solo por capricho; o cuando difama o denosta a sus críticos y sus opositores.
Cómo podemos estar de acuerdo con él, cuando el 17 de octubre de 2019 autorizó un operativo con su gabinete de seguridad para detener a Ovidio, hijo del Chapo Guzmán, una acción improvisada sin análisis, sin planeación y sin coordinación que terminó poniendo en riesgo a la población de Culiacán, y donde el Estado Mexicano terminó siendo sometido por el crimen organizado, dejando constancia de que el costo de combatir a la mafia es más alto que el costo de tenerla.
NO, SEÑOR PRESIDENTE, NO ESTOY DE ACUERDO en la forma en que está conduciendo los destinos de la nación por qué ha cancelado el mañana de muchos jóvenes por alimentar su ego en una mañanera.