A López Obrador se le acaba el tiempo, difícilmente podrá hacer algo trascendente en el escaso año que le resta de su gobierno. Prácticamente se dedicará a terminar las megaobras iniciadas y a seguir repartiendo dinero a través de los programas sociales y con ello pretender que su partido gane la elección presidencial en 2024. Incluso así lo manifiesta el proyecto de presupuesto 2024, presentado al Congreso el pasado 8 de septiembre.

No pretendo polarizar sobre el análisis de los resultados de este gobierno, pero lo que sí me queda claro es que López Obrador tiró por la borda la gran oportunidad histórica que le dimos los electores en 2018.

El presidente López tuvo todo, todo: tuvo el triunfo en las urnas de manera abrumadora, tuvo mayoría calificada en el Congreso de la Unión, tuvo la legitimidad y la confianza de la ciudadanía.

Tuvo todo para haber logrado enfilar al país al desarrollo y sin embargo lo desperdició ensimismado en su ego, canceló el diálogo con todos los sectores, se llenó de soberbia, se enfermó de poder y de su ideología, y se encaprichó con el rumbo que quiso darle al país; un rumbo que no iba alineado con las necesidades verdaderas que marcaba la demografía, es decir los mexicanos que ya nacieron.

Quien llegue a la presidencia en 2024, tendrá un escenario muy cuesta arriba por el tiempo perdido ante la debilidad de las finanzas públicas, especialmente Pemex, y la presión de las necesidades sociales marcadas por la demografía y los rezagos en infraestructura y servicios básicos.

Bajo esta perspectiva diríamos que el presidente López Obrador, atrapado por su demagogia y su populismo, fue literalmente un irresponsable, cuanto más si tuvo todo para cambiar la historia; no pretendo criticar lo hecho, solo señalar lo que pudo haberse hecho teniendo todo para construir las bases del México del siglo 21.

México es un país de casi 130 millones de habitantes, donde 40 millones son menores de 18 años; también la población entre 15 y 29 años es el 25% del total, por lo que aproximadamente 50% de la población es menor de 30 años.

55% de la población empleada se ocupa en condiciones de informalidad presentando precariedad laboral con menores salarios, inestabilidad en el trabajo y carencia de seguridad social. 6 de cada 10 trabajadores carecen acceso a la salud teniendo que usar recursos personales para cubrir sus necesidades en este rubro. Por otro lado, casi 20 millones de personas tienen 60 años o más y son consideradas como adultos mayores y esta cantidad crecerá con el paso del tiempo.

Estos números sobre las condiciones demográficas y sociales de los mexicanos nos indican con claridad lo que debe atender nuestro gobierno, sin mentiras ni populismos, sino de manera efectiva.

La demografía nos señala que para los próximos 15 años, México necesita generar 2 millones de empleos anuales formales promedio, por lo que podemos asegurar que este es el gran reto: empleo. El empleo es resultado del emprendimiento y la inversión productiva por lo que ambos deben fomentarse.

Además, se habla demagógicamente de “justicia social” mientras el 60% de los trabajadores mexicanos no tienen acceso a los servicios de salud, que también son de pésima calidad.

Quien sea el próximo presidente o presidenta de México deberá hacer a un lado su ego y su ideología y atender a los mexicanos que ya nacieron y que demandaran empleo y salud.

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