“El pueblo mexicano es público agradecido, con poquito que le des aplaude”, me dijo en una ocasión mi padre Maquio. Mi padre se refería a que el sistema político priista le había dado la espalda al pueblo, un pueblo que no exigía ni pedía mucho de sus gobernantes, y que cuando lo atendían era un pueblo agradecido.
Por otro lado, uno de los genios del management y profesor de la Universidad de Stanford, Jim Collins en su libro Empresas que sobresalen (good to great) nos dice que “lo bueno es enemigo de lo sobresaliente”.
¿Somos los mexicanos un pueblo que se conforma con lo mediocre o con “lo bueno” y por eso nunca aspira a lo sobresaliente? Nos dice Collins que su estudio no es un libro de negocios sino de todo tipo de organizaciones que supieron producir grandes resultados sostenidos distinguiendo entre la excelencia y la mediocridad.
Por eso, “que lo bueno sea enemigo de lo sobresaliente no es solo un problema de los negocios, es un problema humano. Las buenas escuelas pueden convertirse en escuela sobresalientes; los buenos medios de comunicación podrían hacerse medios sobresalientes, las buenas iglesias podrían ser iglesias sobresalientes; las buenas dependencias de gobierno podrían volverse sobresalientes dependencias; y las buenas compañías podrían convertirse en compañías sobresalientes,” concluye Collins.
En México sí existen algunas empresas que han dado el paso de buenas a excelentes con crecimientos en tamaño y en calidad sobresalientes, así como en su rentabilidad en periodos de tiempo relativamente cortos (15 a 20 años). Pero no encontramos organismos políticos (partidos) o de gobierno, sean dependencias e instituciones, o empresas públicas que hayan logrado pasar de mediocres a excelentes. ¿Por qué?
Collins sostiene que estas organizaciones que lograron transformarse de buenas a excelentes fueron lideradas por líderes de nivel 5. Es decir, personas que construyen grandeza durable mediante una combinación de extraordinaria humildad personal y una voluntad profesional de hierro y son increíblemente ambiciosos para crear una gran institución y no para sí mismos.
El liderazgo nivel 5 va a contrapelo de la creencia popular de que necesitamos “salvadores de tamaño heroico” con grandes personalidades. Los líderes nivel 5 jamás permiten que su ego estorbe su visión principal, es decir no cultivaron imagen de héroes, ni de celebridades. Se dedicaron con disciplina y una voluntad indomable a transformar sus organizaciones.
Nuestros políticos en México son egocéntricos y controladores, presumen resultados, pero no producen extraordinarios resultados.
Por contraparte, los líderes nivel 5 están infectados por una necesidad incurable de producir extraordinarios resultados y detestan la mediocridad. Integraron personas muy competentes a sus equipos, que se automotivan por su impulso de participar en la creación de algo grande y de obtener los mejores resultados. Saben que una gran visión sin personal competente no tiene sentido. Estos equipos discuten con acalorada pasión en busca de mejores soluciones, pero son capaces de unirse para respaldar una decisión por lo que hacen caso omiso a los intereses mezquinos; es decir, saben construir en equipo.
Faltan líderes de nivel 5 para salir de la mediocridad en nuestro país, mediocridad ciudadana y mediocridad de nuestros líderes en el Gobierno.