El libro Palabra de Clouthier, el ciudadano, fue prologado en 2009 por el sacerdote jesuita Juan Auping Birch, quien había sido asesor y confesor de mi padre Maquio.
En dicho libro, Auping Birch nos dice: “Para obligar al gobierno de facto de Salinas de Gortari a convocar a una sesión extraordinaria del Congreso para reformar la Constitución y la ley federal electoral, Manuel Clouthier estuvo en ayuno público del 15 al 22 de diciembre de 1988. En su artículo del 26 de diciembre, Clouthier menciona los objetivos de su ayuno… lo notable es que con las posteriores reformas todos estos objetivos han sido logrados: padrón electoral confiable, vigilancia del proceso electoral en manos del pueblo, credencial de elector con fotografía, elevar a garantía constitucional los derechos políticos (tribunal federal electoral), integración imparcial de los organismos electorales (IFE), castigo ejemplar a los delincuentes electorales. Concluye Clouthier: Estas son algunas de las cosas que debe incluir la próxima ley electoral para facilitar el tránsito sin odio y violencia hacia la democracia. Todos somos responsables de ponernos de acuerdo para que esto acontezca.
“Manuel Clouthier luchó y dio su vida para que estos objetivos fueran realidad, el hecho es que hoy, 20 años después, constatamos que cada uno de estos objetivos se han logrado”, concluyó Auping.
¿Por qué no deben modificarse ahora nuestras leyes electorales aun cuando sabemos que son perfectibles?
Esencialmente porque el perfeccionamiento de nuestro sistema electoral debe darse en el diálogo como herramienta fundamental de la política. Y parafraseando a Maquio, “todos somos responsables de ponernos de acuerdo para que esto acontezca”.
Pero es el mismo Maquio quien nos dice cómo debe ser el diálogo en su artículo que publicó el lunes 28 de agosto de 1989: “Jamás he sido dogmático y creo en el diálogo como forma civilizada de dirimir las diferencias. Pero este debe partir de ciertas premisas para ser fecundo, de otra manera es simple manipulación. El diálogo tiene que darse entre iguales y no con una parte prepotentemente mirando hacia abajo a su interlocutor”.
Lo que tenemos hoy es un presidente dogmático que cree tener el monopolio de la verdad y la brújula de la historia. López Obrador, con su éxito electoral en 2018, ha comenzado a sobreestimar su propio poder y se han apoderado de su mente fantasías peligrosas que lo han llevado a perder perspectiva.
López Obrador ha perdido el control de su propia realidad. López vive en una burbuja donde nadie puede decirle “no”, ni siquiera su propia conciencia. El ego es su peor enemigo.
Se dice que un crítico de Napoleón le definió diciendo: “Él desprecia a la nación cuyo aplauso busca”. No podía dejar de ver a los demás como gente que podía ser manipulada, gente a la que tenía que superar, gente que, a menos que estuviera totalmente de su lado, estaba contra él”. Esto le pasa a AMLO.
A López Obrador su ego lo privó de su capacidad de liderar, se estancó dentro de sus ideas, se ensimismó al no poder dejar de pensar en sí mismo, se enamoró de su “imagen histórica”, se felicita por victorias y resultados que todavía no ha obtenido. Su egoísmo es colosal.
El ego de López ha logrado convertir al Presidente en un hombre que trabaja frenéticamente con una mano hacia una meta, mientras que con la otra trabaja igual de duro para destruirlo todo.
Es por lo anterior que no hay condiciones para un diálogo que permita la mejora de nuestro sistema electoral, lo único que hay es un ego inmenso.