“¡Lleve, lleve! Esta es una oferta, una promoción. Mil pesos le vale, mil pesos le cuesta. Le venimos ofreciendo lo que viene siendo la explicación teórica y práctica de la Epistemología del Sur y, completamente gratis, se lleva usted un ungüento infalible para descolonizar su mente: ¡Garantizado! Por otra módica cantidad, y un descuento del 20% si se inscribió en el primer curso, le enseñamos, de volada, como pasar del Programa Sintético al Programa Analítico de la Nueva Escuela Mexicana. Su completa satisfacción o la devolución de su dinero. Los cursos son virtuales: desde la comodidad de su hogar, en dos sesiones de un par de horas cada una, estará usted en la avanzada de la reforma educativa. No deje pasar esta oportunidad. Oferta limitada a 800 docentes cada semana: ya quedan pocos lugares. Instructores con doctorado en Extranjia. No acepte imitaciones”.

Cada reforma educativa genera un mercado en que el anuncio previo es semejante. En este sexenio la jerga es la propia de la (dizque) Pedagogía Crítica. En el periodo del Pacto por México, cambie usted, donde sea pertinente, la Planeación Pedagógica Argumentada, el novedoso (sic) Aprender a Aprender, des-enciclopedizar su práctica pedagógica, la pócima para ser infalible en los exámenes de confusión múltiple y ya está: súbase al carrusel del espejismo.

Los que vendían el proyecto de ayer, convencidos (es un decir) del arribo ¡por fin! de la calidad educativa a través de la magia de una evaluación más falsa que un billete de 7 pesos, y que pregonaba entusiasta el impresentable señor Mario Delgado (a la sazón senador de la república), ahora son los que comercian, sin rubor, con la llegada ¡por fin! de la excelencia: es decir, del cielo educativo crítico consagrado en la Constitución. Y, como vocero de lo que le convenga, vendido al mejor postor, el mismo señor Delgado (con chamba de diputado) gritó a todos los puntos cardinales que, de la anterior reforma, que tanto aplaudió en su momento, no quedaría ni una coma porque era neoliberal. Sin vergüenza, montado en la desmemoria y el oportunismo, cambió de parecer como si de calcetines se tratara.

Si en el siguiente sexenio, y al cuarto para las doce como es la costumbre, se modifican las cosas y la guía central fuese la Teoría del Conocimiento de Narvarte Poniente (por cierto, muy kantiana con toques ligeros de Platón y Santo Tomás de Aquino, de acuerdo con la gastronomía pedagógica basada en la mixtura de incompatibles), veríamos surgir las mismas empresas tocando la nueva partitura. Faltaba más: en un país en que en la educación no son importantes los principios, sino los finales, la venta de cuentas de vidrio como si fuesen metal teórico-pedagógico equivalente al oro, está de moda y avanza viento en popa.

Un sector del magisterio, principal pero no únicamente adscrito al sector privado, en procura de entender “las recetas de las no recetas”, o cuando conservar el empleo y conseguir prestigio era la meta, destinan dinero propio para tratar de hacer las cosas como dice el nuevo dogma, o hacer de cuenta que así se harán aunque se lleve a cabo, sin remedio, lo mismo (lo que se sabe hacer), pero revestido con un lenguaje hueco, como solicitan los nuevos profetas y los formatos que arrebatan el poco tiempo que tienen para su trabajo.

Los anuncios abundan hoy, y no fueron menos cuando el pedagogo Nuño afirmó que cualquiera podía enseñar. El dinero es el dinero, y el tema lo de menos.

¿Mercaderes educativos? No, qué va: son, a secas, mercenarios.

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Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México mgil@colmex.mx
@ManuelGilAnton

 

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