Dice el dicho que no hay nada más eterno que el “mientras tanto”. Quizá no da para ser eterno —es que lo eterno es mucho más que muchísimo— pero vaya que tiene larga duración el periodo que lleva consigo esa expresión tan frecuente para sacarse de encima un tema delicado: vamos a hacer equis cosa (un parche, una solución parcial e inestable, o una modificación provisional determinada frente a un proceso o estructura social que manifiesta serios problemas) en lo que (mientras tanto) resolvemos de manera definitiva el asunto. Y suele añadirse: porque es muy complejo; es que es multifactorial o ha sucedido desde hace mucho tiempo, y es necesario, para enmendar lo torcido, pensarlo bien.
Y en ese lapso de desanudar lo complejo, distinguir el peso específico de cada factor o abrir un periodo de reflexión profunda y de estudio pormenorizado, como zurcido de emergencia ante la desgarradura de una prenda de vestir, la simple adición de una serie de alfileres para que no sea tan evidente el daño o, para mejorar el ejemplo, en lugar de entrar a la reparación en serio y urgente de los daños de un edificio dañado luego de un terremoto, mientras tanto… le aplicamos a la edificación un par de capas de pintura anti sísmica que oculte las grietas, las cuarteaduras que atraviesan de un lado a otro los muros, o las fracturas en las columnas; no vaya usted a creer que eso será para siempre, no: solo mientras tanto hacemos la reparación de fondo.
¿Cuántos mientras tantos (reparaciones provisionales, polines ya curveados para detener techumbres y grietas cubiertas de Resistol blanco) tenemos en las escuelas derivados de los daños del temblor del 2017? Miles… pero en lo que se arreglan bien las cosas, sigamos usando los salones, o mejor, mientras tanto se repara la escuela, las clases se improvisan sin nada de provisorias, bajo un árbol o en un salón prestado por el comisariado ejidal.
Lo mismo sucede en la organización de la profesión académica en México: ha resultado un esperpento lo conseguido como reparación, vía dinero adicional en lugar de una solución salarial, de la caída de los ingresos en la década de los ochenta. Como si fuera poco, a esta decisión ya naturalizada y otorgante ya no solo de dinero sino de prestigio, se le han encimado una serie de variaciones de vinculación a las actividades académicas inestables: en lo que se abren plazas, se corrigen los problemas de una ordenación adecuada de la carrera académica, y, sobre todo, de la jubilación para que se liberen plazas, en ese largo periodo que implica el supuesto corto tiempo que lleva consigo el mientras tanto, se han generado diversas (dizque) nuevas “figuras académicas”: estancias posdoctorales para nuestras y nuestros jóvenes doctores, Cátedras de Investigación que luego mutaron a ser Investigadores por México, profesores y profesoras de tiempo repleto, auxiliares de investigación, asistentes de investigadores que cuentan con el Nivel III en el Sistema Nacional de Publicadores y Publicadoras (SNPP). Y hay más, como en botica.
A salto de mata, brincando de una a otra forma de vinculación precaria e insegura, además de escasas, está la generación mejor preparada que ha tenido el país. Pero dicen los que han administrado el cotarro: estas formas se han echado a andar “mientras tanto” se arregla la estructura ocupacional del oficio académico en el país. Es, como pasa siempre, un mientras tanto muy largo. No es eterno: nada lo es. Pero ha perdurado y, según se mira, sigue “tan campante”.