Ya estamos acostumbrados a que, cada sexenio, los gerentes del país lancen una nueva forma de concebir a la educación, y la presuman como el ingreso al paraíso pedagógico por fin y para siempre. La parusía en su versión secular: no el regreso del dios perengano al final de los tiempos, sino el ingreso (aula por aula, escuela por escuela) de la verdadera estrategia para la formación que requieren los estudiantes en el país y, de esa manera, hacer viable su futuro.
La escuela mexicana, nueva o vieja, aguanta todo: que si van a sustituirse las asignaturas por áreas del conocimiento: adelante; ¿la modificación de una concepción unidireccional en el aprendizaje a otra, que se construye entre todos? Proceda; ¿Cambiar de un ciclo a otro la orientación por competencias a la que empleará, como brújula, la conformación de ciudadanos? Así sea.
¡Abajo el enciclopedismo, y viva el volcán que hace erupción (merced a la colocación adecuada de Sal de Uvas Picot y un poco de agua) como ejemplo del aprender a aprender! Sin duda. ¡Terminemos con el proyecto educativo neoliberal, para sustituirlo por algo que ni Torres Bodet soñó!
La escuela aguanta todo. Los gerentes educativos creen que las cosas cambian como han previsto; el sindicato magisterial asegura que apoya la reforma actual, a pesar de haber sido cómplice de la anterior que empujaba todo lo contrario; los gobernadores y sus subgerentes de educación local exclaman que ya llegó el tecnicolor para sustituir al blanco y negro y, en la base, las y los maestros hacen lo que pueden y saben hacer, dada su formación y tradiciones profesionales previas.
Es una historia que ya nos sabemos, y la propaganda sustituye a la valoración de las propuestas con esquemas serios de ponderación comparativa: lo que digo que pasó, pasó, dice el soberbio mandamás del saber nacional legítimo, y si alguien tiene otros datos, pues está equivocado.
Es un proceder que, modificando el contenido, es similar en las formas y llegará a lo que alcance, aportando al desastre normativo que vivimos, otra capa de confusión y enredo. Todo lo aguanta la escuela, y lo van resolviendo, en la práctica cotidiana las y los profes y sus espacios colegiados cuando los hay.
Es cierto. La escuela aguanta todo, salvo perder una característica crucial: ser el espacio público-social más seguro, en el que las niñas, los niños y los adolescentes puedan convivir con la certidumbre de que ahí, en sus linderos, la violencia, el abuso, el hostigamiento y el maltrato no son posibles, y que si acaso suceden, la SEP será la primera interesada en denunciar, ante la autoridad respectiva, los delitos cometidos en el interior de cualquier plantel. Más aún, como está obligada por sentencias que no deberían ser necesarias, tendría que hacer adecuaciones de infraestructura y protocolos para hacerlos imposibles, o al menos, muy improbables.
No es el caso: la SEP ha sido omisa ante desastres éticos en escuelas oficiales y particulares. ¿La nueva escuela mexicana tiene contemplado asegurar el espacio escolar como un sitio en que las y los niños estén seguros? No es verdad que estas conductas sean generalizadas, pero con que suceda una vez, la obligación de la SEP es indudable y no lo ha hecho. ¿Hasta cuándo? ¿Nueva escuela?, de acuerdo, pero urge, desde antes de antier, tomar las medidas que no han tenido la voluntad de atender. Lo demás, en comparación con una niña de preescolar o un niño de primaria que ha sido lastimados sexualmente por actores educativos, es demagogia.