¿Tú crees que puede haber una universidad crítica? La pregunta no cayó en tierra yerma, sino en la fértil consideración de un sabio hombre de ciencia, Onofre Rojo, en ese entonces compañero de trabajo. Guardó, como es debido, un rato de silencio para meditar su respuesta: Sí, claro que sí. Pero sólo si es una muy buena universidad.

Sus palabras me han acompañado, y no creo que le extrapolación sea incorrecta: ¿puede haber una educación crítica? Por supuesto, mas tiene como condición de posibilidad ser un proceso educativo –una propuesta de generar espacios para el aprendizaje, es decir, una estrategia pedagógica– inteligente, creativa y fincada en lo que se requiere para dudar de lo conocido: haberlo estudiado a fondo, encontrar huecos, fisuras o cualquier tipo de inconsistencia en el afán de “explicar y comprender, en palabras de Max Weber, por qué determinado fenómeno fue, o es así, y no de otra manera.”

La educación crítica no es la que se sacia con negar la validez de cualquier conocimiento que diste del que deriva de una fuente dogmática, así se llame Dios, Marx, Friedman, Freire, Bloom o Skinner. La pedagogía crítica, si se le quiere entender a fondo, implica un esfuerzo sostenido por estudiar –en textos y contextos– la cantidad de factores que producen cierto resultado (digamos, la pobreza en una sociedad, o la variación en los indicadores de aprendizaje de un grupo), aquéllos que han sido considerados los más fuertes, así como la forma en que se relacionan, para producir tal condición, en las obras de los pensadores que se han dedicado a esclarecerlos.

Y es verdad: un signo claro del sendero del pensamiento crítico es la expresión de la duda sobre lo que se ha afirmado, pues dudar conduce a su consecuencia irremediable, la pregunta. Pero para que la pregunta tenga la fuerza requerida en la posibilidad de suscitar un avance en el conocimiento, ha de proceder de una duda, sí, pero fundada en el estudio cuidadoso de lo que se sabe.

A distintos niveles y con alcances diversos, la educación de personas críticas no puede eludir al estudio o consideración de lo que se suele afirmar sobre un asunto: los pobres lo son porque no quieren trabajar, porque no han hecho méritos para superarse. Es necesario aclarar los supuestos en que se apoya esta respuesta, con el fin de hallar sus fallas y, a partir de este análisis, poner en duda la tesis meritocrática para que surja el espacio donde una pregunta nueva nos lleve a otras posibilidades explicativas, habida cuenta de la capacidad de argumentar, con coherencia y claridad, la limitación de la conjetura que responsabiliza a los pobres por su condición.

No es trivial todo este proceso: hay que leer –textos y contextos, insisto– y esa habilidad lectora se construye con trabajo, sí, que no excluye el placer de entender. A su vez, es necesario, con base en la comprensión de lo advertido, tener un orden lógico en el que repose lo que se comprende, compartirlo con otras y otros tanto al irlo elaborando como para estabilizar sus bases, lo cual requiere capacidad de comunicación ordenada de lo que se piensa, y apertura para dejar que lo que otra dice cuestione lo que propongo. Y, para todo ello, son necesarias, en el sistema escolar, personas profesionales en acompañar este proceso sin dictar la verdad, ni suponer que todo ocurre de manera sencilla.

La pedagogía crítica implica mucho trabajo y estrategias diversas, divertidas en su más amplio sentido: no es cuestión de “echarle ganas” nada más.

Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México

@ManuelGilAnton

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