¡La propuesta del Nuevo Modelo educativo es ideológica! ¡Alerta! ¡Es la expresión de una visión política! Así lo perciben y denuncian algunos sectores sociales —que tienen todo el derecho a expresar sus preocupaciones, sin duda— y vale la pena intentar hacer algunas aclaraciones. Frente al estéril proceso de atrincherarse en bandos irreductibles, quizá sea oportuno contribuir con algunos elementos que hagan posible una discusión fértil.

Los términos que se emplean no son triviales. Las palabras son cruciales: al afirmar que la propuesta educativa de la actual administración es ideológica, hay un supuesto soterrado: existe una educación ayuna de ideología, y la falla o peligro actual es que se deje de lado esa pureza al incorporar la acusación de ideológica como amenaza.

Por ideología se entienden muchas cosas, aunque encuentro un denominador común: se trata de una visión del mundo, de la que se puede discrepar o coincidir, afirmar que es falsa o no. El primer error, a mi juicio, es creer que hay proyectos educativos que no derivan de una manera de interpretar los procesos sociales, naturales e históricos, pues son “universales”. Es falso por imposible.

Cualquier proyecto educativo es político pues hunde sus raíces en una visión del mundo de la que se derivan las orientaciones que le dan sentido como una finalidad a conseguir. La discrepancia se ubica, al menos, en dos dimensiones: si se comparte o no la concepción del mundo que es el corazón de todo proyecto y, por otro lado, si será factible llevarla a cabo en el momento que se propone y con las condiciones actuales del sistema. Así ubicada la cuestión en debate, hay más probabilidades de oír a quien discrepa o confluye, sin acusarlo de tener una base ideológica pues es ineludible.

Atendamos la primera: si la concepción del mundo de un grupo es que la sociedad se fortalece en la medida en que, cada persona, tenga ciertos conocimientos, habilidades y destrezas como patrimonio individual, se sigue una organización del acontecer educativo basado en la certificación del nivel de dominio conseguido por cada integrante del conjunto, para ser viable en esa sociedad donde la competencia individual se impone como regla de convivencia y, mediante esta modalidad, se logra el progreso.

Por otro lado, si la visión de las cosas es que la sociedad resulta favorecida en la medida en que las personas construyan sus saberes, habilidades y destrezas en una relación de aprendizaje relacional —elaborada en conjunto—, porque se espera que sea la colaboración en el aprendizaje un hábito educativo, preludio de la colaboración en la participación social posterior a la escuela, la propuesta de los procesos educativos es otra.

Ambas parten, entonces, de una ideología: de ellas derivan los fines de la educación y son la base para diseñar distintas estrategias de aprendizaje.

Si así nos ubicamos, es posible aceptar que ambas concepciones tienen sentido, e incluso zonas de convergencia. Ninguna es “verdadera” ni “esencial” sino vicaria de los valores que le subyacen, y en la coincidencia en algunos —concediendo ambas partes que son parciales debido a sus supuestos— se abre el espacio que luego de un debate puede acercar las posiciones.

Si cada una se concibe como irreductible, no hay nada que hacer por la vía de una discusión argumentada, y caemos en la ridícula guerra de adjetivos. De esta forma, estimo, se está discutiendo hoy este tema. ¿A quién le vas? es la forma más torpe y pueril de entender lo que está en juego.

Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México mgil@colmex.mx / @ManuelGilAnton

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