Vivimos en un mundo globalizado, que descansa parte fundamental del desarrollo social y el crecimiento económico en la capacidad con la que las naciones se integren y relacionen entre sí, con pleno respeto a su soberanía, cultura e identidad nacional.
Este complejo, pero indispensable ámbito que se circunscribe como la política exterior debe ser realizado con apego a las mejores prácticas, estrategias y principios que ofrezcan traducir las relaciones internacionales en beneficios para la población.
No es una coincidencia que nuestro país durante décadas haya destacado por el brillo de su política exterior, siempre respetuoso a la soberanía de los demás Estados, al tiempo de erigirse como un líder y un fiel promotor de la paz y el desarrollo internacional.
Clara muestra de ello es la denominada “Doctrina Estrada”, nombrada así por el destacado diplomático mexicano Genaro Estrada Félix, titular de la secretaría de Relaciones Exteriores durante los gobiernos de Plutarco Elías Calles, Emilio Portes Gil y Pascual Ortiz Rubio. Este postulado de política exterior fue dado a conocer en 1930, haciendo énfasis en el principio de no intervención, conllevando el respeto absoluto a la autonomía e independencia de las otras naciones.
Durante décadas, esta sustanciosa ideología y visión práctica sirvió como modelo en la toma de decisiones y posturas, no solo para México, sino también para múltiples países. De hecho, su legado quedó plasmado en la fracción décima del artículo 89 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, disposición normativa reformada el 11 de mayo de 1988 que mantiene vigentes los principios de política exterior, como lo son: la autodeterminación de los pueblos; la no intervención; la solución pacífica de controversias; la proscripción de la amenaza o el uso de la fuerza en las relaciones internacionales; la igualdad jurídica de los Estados; la cooperación internacional para el desarrollo; el respeto, la protección y promoción de los derechos humanos y la lucha por la paz y la seguridad internacionales.
Haciendo puntual y cabal uso de estos principios nuestro país logró sobresalir y consolidarse como una potencia en el escenario mundial, congruente con sus valores y visión armónica.
Sin embargo, poco ha quedado de aquel brillo y presencia internacional que alguna vez ejerció México. Pues lamentablemente la dirección de la política exterior mexicana atraviesa por un periodo de sombras, basado en la ausencia de un Jefe de Estado, la falta de fortaleza institucional, el desaprovechamiento de oportunidades y en el aislamiento.
La no intervención no es sinónimo de vivir en las penumbras ni desaprovechar grandes oportunidades como el acudir a la Cumbre de las Américas y los foros internacionales de alto nivel. Pues ha quedado claro que caer en esas omisiones conlleva altos costos económicos, sociales y políticos. Es evidente que si México hubiera asumido la responsabilidad internacional que le corresponde, se pudieron haber evitado diversas crisis que hoy en día aquejan a la sociedad.
Contamos con mujeres y hombres absolutamente preparados y aptos en el servicio exterior mexicano que requieren de los apoyos necesarios y la directriz adecuada que permita regresar a México como un líder regional.
Nuestro país demanda apremiantemente un golpe de timón en la programación, instrumentación y dirección de la política exterior, que haciendo uso del legado histórico que en la materia posee, revitalice su papel en el orbe y redunde en beneficios tangibles para las y los mexicanos.
@manuelanorve
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