Escribo con relación a la opinión por Jean Meyer, publicada en la edición del 17 de enero de EL UNIVERSAL. Lamentablemente dicha nota resulta ser bastante parcial, basada en típicos infundados argumentos armenios, donde incluso se citan libros con títulos abiertamente turcófobos. Al mismo tiempo, contiene varios hechos erróneos, tanto que el mismo nombre de mi país está escrito incorrectamente.
El autor, por su obvio prejuicio, evita ciertos hechos y trata de justificar las brutalidades cometidas por los armenios durante los últimos 30 años. En los años 1991-93, Armenia ocupó la región de Nagorno Karabaj de Azerbaiyán y 7 distritos adyacentes, en total el 20% del territorio internacionalmente reconocido del país y cometió la limpieza étnica contra cerca de 1 millón de azerbaiyanos. Este proceso fue acompañado con graves crímenes de lesa humanidad, entre ellos el Genocidio de Jodyalí, hecho resaltado por Human Rights Watch como la masacre más sangrienta cometida en el transcurso del conflicto de Nagorno Karabaj, reconocida también por los parlamentos de muchos países, incluso de México.
Las 4 resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU (822, 853, 874 y 884) de 1993, reconocieron Nagorno Karabaj como parte integral de Azerbaiyán, exigieron la retirada inmediata, completa e incondicional de las fuerzas armadas de Armenia de todos los territorios ocupados de Azerbaiyán, así como el retorno de los desplazados internos a sus hogares. Durante casi 30 años, Armenia ignoró esos documentos, los cuales se implementaron por vía política-militar como el resultado de la guerra de 44 días, también estallada merced a nueva provocación armenia.
El primer ministro armenio reconoció oficialmente la ocupación de los territorios de Azerbaiyán por Armenia, firmando la declaración trilateral el 10 noviembre, con lo cual aprobó la retirada de las tropas armenias de las demás ciudades ocupadas de Azerbaiyán, las cuales tienen pinta de Hiroshima después del bombardeo atómico y donde Armenia destruyó mucha parte de la herencia histórica y cultural de mí país.
Extrañamente se nombran similitudes entre los judíos y armenios, sin un objetivo entendible.
Azerbaiyán, reconocido por su multiculturalismo, donde más de 40 etnias, entre ellos judíos, georgianos, rusos, armenios coexisten hace siglos en paz, también se destaca por tener excelentes relaciones con el Estado de Israel y el pueblo judío. La única ciudad judía fuera de Israel se encuentra en mi país. No es casualidad que Papa Francisco, durante su visita a Bakú en 2016, ha calificado a Azerbaiyán como el modelo de tolerancia en el mundo.
En este contexto, cabe prestar atención al contraste entre dos fenómenos: en el centro de la ciudad de Bakú se encuentra la estatua de Albert Agarunov, el héroe nacional de Azerbaiyán de origen judío, quien sacrificó su vida por su patria en la lucha contra los ocupantes armenios en los años 1992-93, mientras en la capital de Armenia sigue alzado el monumento de Garegin Njdeh, el colaborador de los nazis, directamente involucrado en Holocausto.
Aunque el argumento sobre la participación militar de Turquía en la guerra de 44 días sueña irrelevante, cabe mencionar que Turquía u otros países como Israel, Ucrania, Pakistán, México y demás siempre apoyaron el derecho internacional y por lo tanto la integridad territorial de Azerbaiyán.
En cuanto a la historia, es suficiente mencionar que a lo largo de muchos siglos los mandatarios de los kanatos de Karabaj fueron azerbaiyanos. De hecho, en el Tratado de Kurakchay, firmado en 1805 entre Ibrahim Khalil Kan, mandatario azerbaiyano del Kanato de Karabaj, y el general Pável Tsitsiánov, el comandante ruso en el Cáucaso, no hubo mención sobre la supuesta presencia de los armenios en Karabaj. Tras la firma de Tratados de Turkmenchai en 1828 y Edirne en 1829, empezó el traslado masivo de los armenios desde Irán y la Península de Asia Menor y el asentamiento de ellos en el territorio azerbaiyano. El monumento “Maraga -150”, construido por los armenios en 1978 en el distrito de Terter de Azerbaiyán con motivo del 150º aniversario del traslado de ellos desde la ciudad de Maraga de Irán y el asentamiento en Karabaj, es la prueba innegable de ese proceso. El nombre “Maraga-150” sobre el monumento fue borrado y el monumento en sí destruido por los mismos armenios en 1988, cuando iniciaron sus reclamos territoriales contra Azerbaiyán.
Se reclama erróneamente que Nagorno Karabaj fue entregada a Azerbaiyán por Iósif Stalin. Mientras, en la decisión de 1923 del Buró de Cáucaso de la URSS, votada por los miembros armenios también, se dice “mantener” Nagorno Karabaj dentro de Azerbaiyán, es decir esa región ya estaba dentro de Azerbaiyán.
Además, con tan solo ver el mapa, se puede observar claramente que el territorio de Armenia divide en dos al territorio de Azerbaiyán, eso, “la gentileza” del liderazgo soviético, quien simplemente regaló la región de Zangezur a Armenia en 1920. El diario “Lœvre” de Francia incluso tiene una columna dedicada a esa decisión.
Finalmente, la declaración trilateral del 11 enero de 2021 emitida por los líderes de Azerbaiyán, Rusia y Armenia estipula la restauración paulatina de las comunicaciones y la infraestructura de transporte de la región. Claramente, la paz duradera entre Armenia y Azerbaiyán beneficiaría a todas las naciones de la región. Para que se logre esto, Armenia tiene que abandonar sus reclamos territoriales, su política de agresión y odio contra los vecinos, y sus amigos, en vez de incitarlo, deberían invitarlo a reconciliación. El autor de la opinión también se muestra amigo de los armenios, pero dado que los argumentos utilizados de ninguna manera sirven para la paz, la sinceridad de esa amistad también genera muchas dudas.
Embajador de la República de Azerbaiyán en México