Hay acciones que generan grandes cambios en la invidualidad y en la colectividad que requieren sólo un poco de esfuerzo físico y algunas reflexiones a cabalidad. Votar es una de ellas, pues implica simplemente salir de casa, ir a la casilla y marcar a las candidatas y candidatos que, si no me convencen al cien por ciento, por lo menos ofrecen un proyecto de país que se parece al del país con el que sueño.

El acto de tener las papeletas en la urna y cruzar las opciones elegidas es, en sí mismo tan simple como breve. Sin embargo, las consecuencias serán mucho más duraderas y trascendentales. Y justo por eso es importante hacerlo con la responsabilidad ciudadana que nos requiere la realidad de hoy. Mientras votamos los problemas siguen cobrando fuerza, las necesidades básicas no dejan de impactar en los hogares, la urgencia de paz sigue habitando las calles. El voto no lo resolverá todo, ni transformará en el corto o mediano plazo nuestras calamidades colectivas, pero definitivamente será un detonador de nuestra voluntad, de nuestro llamado a quienes se han postulado convencidos de que van resolver la cascada de pendientes que tenemos como nación.

Muchos, más de los que las encuestas mostraban, seguramente no estamos del todo convencidas de que quienes se postulan estarán comprometidos con hacer, ahora sí, lo que no hicieron mientras que ellos y sus fuerzas políticas tuvieron oportunidad de gobernarnos. Los hemos probado a todos y cada vez nos han quedado más a deber a las y los ciudadanos. Pero no tenemos de otra, alguna terminará gobernando. Y nuestro voto será clave para que así suceda y para después, desde el apoyo otorgado o desde el castigo expresado, exigir que rindan cuentas.

Lo importante es responder por qué votamos, no sólo por quién.

Votamos, en primer lugar, porque nacimos en este gran país. Los mexicanos no podemos quitárnos- lo a menos que renunciemos a nuestra nacionalidad.

Voto por mis padres, que murieron de Covid-19, amando a este país profundamente. Voto por mi Claudio y su convicción de que la democracia es irrenunciable.

Votamos porque importa que al salir de casa haya banquetas por dónde caminar, transporte público de calidad en el que nuestra vida no corra peligro y podamos con confianza trasladarnos a nuestro empleo, a nuestra escuela. Y para quienes andan en auto, importa no desgastarlo en los baches sin tapar.

Votamos también para que, si nos enfermamos, curarnos no sea algo que resuelva el azar o el espacio en el hospital. Queremos llegar al médico y que todo aquello que necesitemos esté garantizado.

Votamos para que la violencia no sólo disminuya, sino que se acabe por completo. Para que nosotras y nuestras familias podamos iniciar un negocio sin estar esperando al extorsionador. Queremos ir de vacaciones por la República y que las carreteras sean seguras.

Vamos a la casilla no sólo a marcar con tinta indeleble el nombre de una persona que le garantizará el registro y el dinero a los partidos políticos.

Hoy se eligen en todo el país alrededor de 20 mil cargos públicos: alcaldías, presidencias municipales, sindicaturas, diputaciones locales, diputaciones federales, gubernaturas.

Todos, absolutamente todos los cargos que se eligen el día de hoy impactan en nuestra vida diaria. No hay cargo más importante que otro. Para consolidar el sistema democrático que queremos es tan imprescindible la presidencia municipal como la Presidencia de la República.

Abracemos este día con la esperanza de que nuestro voto hará que seamos escuchadas, tomadas en cuenta los próximos años y poder decir con toda convicción que: vivimos en un país libre.

Analista política

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