El publicitado encuentro del jueves 2 de septiembre, entre senadores del PAN y el priísta Manuel Añorve, con Santiago Abascal, presidente de Vox, partido español de extrema derecha, ha causado un legítimo revuelo. Militantes del PAN tomaron la desesperada decisión de firmar un acuerdo con la extrema derecha española. La foto del encuentro, que primero les enorgullecía, fue borrada más tarde de sus redes. Este error puede costarles muy caro.
Independientemente de lo que al partido le retribuya o le reste esta reunión con la extrema derecha española, lo que a la ciudadanía debe preocuparnos es que evidencia la disponibilidad que tienen de alejarse de las posturas progresistas; a la hora de llegar a coaliciones legislativas, pueden echar raíces en terrenos conservadores e incluso autoritarios, más que en terrenos de defensa de derechos y libertades.
La empatía con el conservadurismo no está asentada solamente en algunos grupos panistas, también tiene resonancia en ciertos grupos de Morena. Si buscamos coincidencias entre Morena y Vox quizá la liga se reviente por la fuerza, pero no podemos negar que comparten cuando menos tres elementos: formas de populismo contemporáneo, nacionalismo, conservadurismo.
Entre los múltiples riesgos de la polarización está sin duda la fantasía de construir identidades políticas sostenidas en caricaturas extremas, que a fin de cuentas terminan por tocarse. El garrafal error del PAN con Vox debería ser un buen termómetro de autocrítica para Morena y sus alianzas territoriales y políticas con el Partido Encuentro Solidario. Si bien el PES es lo más extremo en la derecha que tenemos, su atracción por las posturas radicales se materializa en la regulación de la interrupción voluntaria del embarazo, el matrimonio igualitario o la eutanasia, la educación sexual en las escuelas públicas y en los libros de texto, y la difusión de la contracepción o la regulación de las drogas. Además de su apoyo incondicional para entregarle a las fuerzas armadas el control de la seguridad pública.
Para el PES ha sido muy redituable la coalición con López Obrador porque les permitió acceder a una representación legislativa mayor a la de su votación directa. Después de las elecciones de 2018, el PES llegó a las cámaras esencialmente gracias a la votación por Morena, que no le alcanzó para obtener el mínimo del tres por ciento necesario siquiera para lograr escaños de representación proporcional y tampoco los votos necesarios para mantener el registro. Morena le regaló al PES 56 diputados y ocho senadores.
Otra oportunidad para que Morena eche sus barbas a remojar es la crisis de violencia y racismo en la frontera sur, desde la semana pasada vimos escenas desgarradoras de varios videos donde aparecen migrantes siendo agredidos por agentes del Instituto Nacional de Migración y elementos de la Guardia Nacional. Sus acciones brutales contra los migrantes no son aisladas. De acuerdo con la Comisión Nacional de Derechos Humanos en México, las denuncias han aumentado 80 por ciento en los últimos dos años. La Guardia Nacional ha recibido 219 denuncias. Además, se han registrado 51 detenciones arbitrarias, tres casos de tortura, dos homicidios extraoficiales y dos desapariciones forzadas.
Si hay algo que caracteriza a las administraciones con tendencias autorreferenciadas y conservadoras es la violación de los derechos humanos. El injustificable maltrato a migrantes es modus operandi en la militarizada frontera sur de México es una cobardía que el Estado haga uso desproporcionado de la fuerza contra personas en vulnerabilidad extrema. Esos no parecen hechos de un gobierno de “izquierda” que busca restituir derechos.
En tanto los políticos insisten en disputarse discursivamente quién es más conservador o liberal, el impulso de sistema político cada vez más secularizado se hace imperante.