Los partidos políticos de México atraviesan por una crisis de actualización social. Sin importar si se habla del partido oficialista o de los de oposición, las formas y las narrativas que utilizan han caducado. Es un error afirmar que solo la oposición está en crisis. El hecho de que Morena tenga intervención permanente del Presidente de la República dibuja con nitidez su nostalgia hegemónica convertida en mañaneras.

En Morena, el presidente y sus subordinados presumen un proyecto de nación en el que, por ejemplo, el Poder Judicial desaparezca como un contrapeso frente a los abusos. La candidata favorita se envuelve en la bandera de ser mujer, pero cuando resulta que su contrincante es mujer, dinamita esa narrativa de respeto e inclusión y activa el discurso de que detrás de aquella contrincante hay hombres que todo lo controlan; la descalificación en voz de la mujer que se acompaña del presidente como amuleto de campaña. La aprobación presidencial se utiliza como bandera de que todo está bien, aunque los datos de pobreza, inseguridad, acceso a servicios de salud y medicamentos revelen el deterioro. El partido en el poder mira con soberbia su fracaso y recorre las calles presumiendo un país del que se ha valido cosechando resentimiento.

Pero del otro lado las cosas no son muy distintas. En la Alianza por México su diagnóstico es una falacia. Asumen que por el hecho de que hay un sector de la población descontento con Morena, ese sector se ha olvidado del desastre que causaron cuando gobernaban. No importa si alguno de ellos fue secretario de Gobernación en un gobierno del que, como el actual, pocos resultados se pueden presumir. Tampoco importa si otro fue secretario de Turismo de uno de los gobiernos más corruptos de los que se tenga memoria. Su falta de mea culpa no les permite dar un paso al costado y dejar que un perfil sin vínculos con esa política fallida sea quien represente a la oposición de lo que ahora representa Morena. Creen que la sociedad tiene algún aprecio por perfiles de hombres y nombres añejos, que cuando tuvieron el poder no promovieron los cambios que ahora aseguran que emprenderán.

¿En Morena todo está cantado? La línea presidencial no da margen para innovar. Hay que “continuar con la transformación”, lo que sea que eso signifique: eliminación de servicios públicos, concentración de recursos en manos del Ejército, violencia descontrolada, víctimas de derechos humanos en el abandono, pero eso sí repartición de dinero a manos llenas. La continuidad del clientelismo, del priismo con pseudónimo, del bloqueo a la movilidad social y la conservación de la pobreza.

¿La oposición está a tiempo de rectificar sobre el plan que presentaron hace unos días? Apenas ayer se les ocurrió que uno de los que habían levantado la mano para ser candidato, se bajara y mejor escribiera –mas vale tarde que nunca– el proyecto de “cambio”. Ese personaje es otro vinculado con el pasado, ese pasado con el que la gente sigue enojada. Obviar la ruptura del electorado con sus prácticas y perfiles electoreros, no les llevará a buen puerto.

Están a tiempo de concertarse en un perfil para la Presidencia que no genere resistencias por sus vínculos partidistas. Es urgente que se ocupen de echar a andar perfiles para el Congreso de la Unión. Perfiles que no crean, por ejemplo, que es una buena idea elegir a los ministros de la Corte por voto popular. Están a tiempo de sustituir el slogan de campaña que arremete todo el tiempo contra el presidente López Obrador. ¿No han entendido la defensa fanática con la que cuenta? Deben sustituir su narrativa de confrontación por una agenda bien comunicada de derechos y libertades, con fortalecimiento a instituciones garantes de la democracia, una agenda más visible de inclusión, legalización de drogas y desmilitarización con seguridad civil. El partido ha comenzado. No pueden llegar al segundo tiempo pretendiendo remontar la ventaja del equipo contrincante con los mismos jugadores que los espectadores detestan. No se guarden los cambios. Están a tiempo.

@MaiteAzuela

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