Uno de los máximos honores para un deportista es representar a su país, pero la enorme profesionalización, competencia, difusión y comercialización del deporte —sobre todo con los atletas profesionales— los obliga a que busquen la forma de obtener premios en dinero, puntos clasificatorios y triunfos, para poder ser catalogados, reconocidos y patrocinados a competencias de mayor importancia.
Las organizaciones serias con credibilidad, de muchos países, toman responsablemente las diversas competencias, donde sus mejores deportistas pueden competir y tener ese honor de obtener una medalla, o simplemente tener el honor de ser un seleccionado para competencias de este nivel.
Las directivas comprometidas —de cualquier deporte— planean, invitan, apoyan, convencen y motivan a sus mejores representantes a que dispongan de esos tiempos para poder formar parte de la delegación de su país a Juegos Centroamericanos y del Caribe, Juegos Panamericanos y Juegos Olímpicos, así como competencias en las que representan a su país.
Es aquí donde se entiende que los deportistas profesionales tienen que renunciar al honor de representar a su país, al no contar con directivos preparados para colaborar a la proyección de sus atletas.
Los sueños de los atletas son destruidos por la negligencia de directivos y administradores.
Estamos seguros de que no son malintencionados, sino que su entusiasmo simplemente carece de los principios y conocimientos que se necesitan para valorar el deporte que les toca dirigir.
Desde luego que a ustedes y a nosotros nos encantaría ver a nuestros mejores deportistas preferir representar a México con honor y ser ejemplos para futuras generaciones, pero nuestros entusiastas directivos tendrán que trabajar en una planeación adecuada, aprender las reglas del juego, conocer que existen compromisos de competencias nacionales e internacionales, fortalecer las estructuras, capacitarse, valorar a los entrenadores, a los clubes, a sus atletas y —sobre todo— ganarse la credibilidad de sus agremiados.
