Emprender, desde hace siglos es uno de los motores impulsores del crecimiento personal y de los países que lo promueven y estimulan. Historias, hay muchas, de quienes han cambiado con tesón su vida y la de los demás, con base en su carácter y actitud, ante las vicisitudes que la vida les presenta y como referencia, hace no mucho platicaba en este espacio, el caso de Comex, en el que la familia Achar puso la carne en el asador y logró construir, una empresa global.
En el mundo, existen muchas historias dignas de contarse y en México, no nos quedamos atrás, por más que se fustigue, con diferentes adjetivos esa necesidad de crear e innovar en nuestra existencia, dando pie a las siguientes generaciones a que sigan adelante.
No todos son casos de empresas transnacionales que son, las que mayormente llaman la atención, existen también casos de quienes día con día en sus microempresas, crean empleos y se la rifan, desde la madrugada hasta altas horas de la noche, en aras de perseguir una mejoría en su situación económica.
He comentado aquí, del esfuerzo que hace la asociación de Amigos de los Viveros en Coyoacán, con la visión de apoyar la preservación de una zona natural.
Andrés Ornelas su presidente, y muchos que lo apoyan, creen firmemente en lo crucial que es el esfuerzo comunitario, así como la invaluable ayuda de voluntarios, patrocinadores y autoridades, con la meta de mantener vigente un espacio único en nuestra ciudad.
El correr es un esfuerzo diario, destacando atletas como Alejandro Pacheco, David Suárez y Uriel Juárez, los tres débiles visuales, que en su categoría son ganadores y que decir de la corredora tapatía, Citlali Cristian Moscote, gran parte de su preparación, que la dejó lista -para recientemente ganar el medio maratón de la Ciudad de México- la hizo en Los Viveros, con poco apoyo en su esfuerzo de los que se dicen impulsan al deporte.
O que decir de Patricia Rétiz, participante en los Juegos Olímpicos de Beijing 2008, quién, a punto de partir recibió la noticia de un mal físico, sin hacer ruido prefirió una opción médica dolorosa y aquello, le permitió con sus dos coequiperas terminar la competencia, las tres en lugares lejanos de la punta, pero acabaron. Hoy prepara atletas en Los Viveros, su hermano Carlos, quien, fue también maratonista olímpico en Seúl 1988.
En otro tenor, los que tenemos la costumbre de ir casi a diario, nos hemos habituado a ver a diferentes comerciantes que, hacen de ese espacio y su contorno, su lugar de trabajo. Uno de ellos, Anatolio y su esposa Felipa, que con sus hijos fue el fundador y propietario de un puesto de jugos.
Lo conocí hace más de 30 años, adónde le veía desde la madrugada, el cómo trabajaba con intensidad y gran dinamismo, dando instrucciones a quienes con él colaboraban, por ser el líder, le llamé Gran Jefe Pluma Blanca y creo le agradaba, cuando le saludaba con ese apocope, sonreía y me devolvía con cariño la salutación. A su partida a la Gloria hace unos pocos años, sus sucesores manejan con el mismo entusiasmo naranjas, toronjas y lo que se ofrezca.
Paco, uno de sus amables hijos, que se dedica a la venta de artículos deportivos, me comentó, que su papá Anatolio Castro Terán, fue campesino y estudió hasta segundo de primaria y se casó con Felipa Meza Robles, gran compañera de vida y socia, pues era parte del enjambre, ella también ya partió a la Gloria.
En su afán por construirse un futuro, Anatolio se fue 10 años a Stockton, en California, en los Estados Unidos, entre los cincuenta y sesenta. Allá como muchos mexicanos que se encuentran en ese camino, además de muchas piedras, trazó un mejor futuro.
Regresó a México y en 1968, empezó su puesto de jugos al lado de su esposa, sin dejar de cultivar al unísono la tierra, sembrando maíz, haba y zanahoria, habiendo rescatado sus tierras hipotecadas, con lo que había ahorrado trabajando de bracero. Contribuyó con su familia a la instalación de agua potable en Villas de San Nicolás Coatepec, municipio de Santiago Tianguistenco en el Estado de México, su querida tierra natal.
Uno de sus sueños, fue el conocer Las Vegas y trabajó duramente para materializarlo en 1983, año en el que, junto con su esposa, se trasladó con una camioneta que adquirió y que le fue útil para llegar a la ciudad que nunca duerme. Incluso, me comentan sus hijos que, tuvo suerte en el juego y regreso con más de lo que había ahorrado para el viaje.
Hoy los hermanos Castro Meza, mantienen en pie los negocios y han adicionado otras actividades como, las de comercio de ropa deportiva -que mencioné previamente- y han heredado de, quienes, se adelantaron en el paseíllo de la vida, el ejemplo de la constancia diaria.
Algunos de los nietos, ya han logrado carreras de licenciatura, con base en el respeto al trabajo macizo. Diez hijos tuvieron; Alicia, Oliva, Delfino, Elvia, María Eugenia, Edgar, Francisco, Iván, Fabiola, Claudia, todos ellos, con gran orgullo portan los apellidos de su padre y madre.
Y otra historia no menos singular es, la de Germán Ignacio y su pareja Francisca López Gaytán. El primero, empezó vendiendo periódicos en el suelo y hoy tiene un puesto en el que, además venden otros artículos y a pesar de la pandemia, siguen adelante.
He ahí historias, como tantas de mexicanos, que día con día hacen de su vida algo increíble, emprendiendo, buscando lograr metas que, los lleven hacia un futuro mejor y que lo han conseguido con perseverancia y tesón. Digno es de relatarse y de tomarse en cuenta, por lo que significa, que México, está lleno de personas con ánimo de sacar adelante su vida, y contribuyen al bien de un país -al que, con su trabajo diario- demuestran sin tanto aspaviento, qué tanto lo aman.